El momento estelar de un solo senador

Ciudad de México /

En estos días ha surgido un escenario que parecía imposible: que una sola persona tiene en sus manos la posibilidad de cambiar la historia de este país; de su voto, como senador de la república, por la reforma judicial depende el giro más importante para el pueblo de México en lo que va de este siglo XXI y que tendría repercusiones negativas por dos o tres décadas más, que es el tiempo que se necesitaría para corregir el camino en caso ser aprobada.

La fuerza del poder, que no de la razón, necesita de un voto más en la Cámara de Senadores para consumar esta desatinada e insensata reforma; estamos seguros que para lograrlo se están ejerciendo, por todos los medios posibles, las acciones persuasivas y disuasivas que se encuentran en cualquier libro sobre regímenes autocráticos. Desde la semana pasada, la promesa de beneficios ya cosechó dos senadores, pero la amenaza hasta ahora no le ha dado resultados para lograr ese que falta; media docena de senadores de oposición, sobre los que pesa la sospecha de que cederían por su aparente vulnerabilidad, han tenido que desmentir públicamente que ya cedieron.

Pero también un voto en contra de un solo senador de Morena y sus aliados, o incluso su falta de voto por su ausencia en la sesión del próximo martes en la Cámara de senadores, basta para evitar ese error histórico. Tan responsables del desenlace son los 43 de oposición como los 85 del grupo político en el poder; un solo senador, de cualquier bando, puede evitarlo. Qué incentivo podría tener un senador de Morena para no votar por la reforma. Yo qué gano se preguntaría cualquiera de ellos. En lo inmediato, seguro ganan el repudio de sus compañeros de partido, pero también el reconocimiento nacional e internacional por haber frenado ese despropósito que sus propios dirigentes partidistas se han jactado de calificar como un regalo de despedida para el presidente; y, sobre todo, ganan gloria en la historia, ese sueño legítimo de reconocimiento que mueve a cualquier persona que se precie de ser buen político.

Aunque muchos de ellos no han tomado conciencia de la situación en la que se encuentran, por su exceso de ignorancia o porque su posición ideológica en este momento los tiene privados de razón, hay algunos cuantos que carecen de ambas excusas. Uno de esos senadores es Enrique Inzuza Cázarez, quien el próximo martes votará por Morena representando a Sinaloa. Aunque su historia comenzó bien, en los últimos años se ha visto envuelto en hechos que hacen dudar de su buen nombre. Fue un destacado estudiante y profesor de leyes, su sólida formación intelectual y amplio dominio de la cultura universal, combinado con su cotidiano interés por la compleja realidad de la sociedad actual sinaloense le valió el reconocimiento del gremio de abogados y su designación como magistrado del Tribunal Superior de Justicia de esa entidad, a pesar de su corta edad, despertando de inmediato la admiración y el respeto de los demás magistrados, que apenas tres años después lo designaron su Presidente y lo reeligieron, año con año, por diez veces consecutivas. Su obra “La exacta aplicación de la ley penal y el mandato de determinación” publicada por la Unam en 2009, es un tributo al estado de derecho y a la imprescindible necesidad de contar con jueces técnicamente capacitados para aplicar la ley, un estudio breve (149 páginas) pero cargado de erudición y de racionalidad que concluye con esta idea: “… De ahí que el papel de los tribunales y cortes constitucionales, como ‘custodios de la Constitución’, adquiera una importancia sobresaliente, pues es a ellos a quienes corresponde fijar en definitiva el baremo de la calidad legislativa…”. Un claro testimonio de su firme convicción ubicada en el polo opuesto de la elección popular de los jueces.

Hay momentos definitorios de la historia de las personas, de las naciones y de la humanidad. Stefan Zweig, en “Momentos Estelares de la humanidad”, desarrolla 14 microhistorias de episodios que han definido el rumbo de la civilización, en los que confluyen una serie de factores pero que terminan por ser coronados por la decisión de una persona; y el mismo escritor vienés nos regala en la obra “Fouché, el genio tenebroso” una biografía del único ministro que tuvo Napoleón y uno de los hombres más poderosos durante la revolución francesa y la época imperial, pero que por su comportamiento perverso para acceder a los círculos del poder y moverse en todas las áreas de la naciente organización estatal al final de sus días fue la persona más desdeñada e injuriada de la historia francesa moderna. Mauricio Viroli, por su parte, en “La Sonrisa de Maquiavelo” afirma que este personaje florentino del renacimiento y autor de una de las obras más influyente de filosofía política (El príncipe) pretendía el reconocimiento de su ciudad y de su tiempo, pero su comportamiento público marcado por la congruencia entre sus ideas y sus acciones lo llevó a vivir un retiro modesto, admirado apenas por su familia y sus amigos. A cambio de ello, su prestigio trascendió a la historia debido a sus obras, al grado de que hoy su nombre sea más conocido que el de los hombres más ricos y poderosos del mundo occidental de ese tiempo, que eran los Médicis.

Estas y otras obras, aún más interesantes, tuve ocasión de intercambiar con Enrique Inzunza los casi diez años que convivimos en espacios de capacitación como juzgadores y de tareas de implementación de la reforma penal, y me dan ocasión de recordarle que hoy puede vestirse de gloria; su voto puede definir la historia de México por las siguientes décadas.

Enrique, tu no tendrías la disculpa de que puede beneficiarse un senador ignorante de las consecuencias de este voto; tampoco serías favorecido por la comprensión para un senador que, a pretexto de su supuesta ideología política, ha abandonado el terreno de la razón, sencillamente porque tres años no bastan para enterrar al juzgador de más de una década. Tu eres una persona preparada, de convicción en la ley, que tiene claro que la democracia no es un cheque en blanco que puede ser usada hasta para desfondar a la democracia misma. Este es tu momento estelar, es tu oportunidad de pasar a la historia como un Nicolás Maquiavelo en su faceta de estadista, que tanto admiras, en lugar de un José Fouché; con un solo voto en contra de la reforma judicial en apenas un par de semanas como legislador, puedes pasar a la historia como la persona que conservó un Estado que tiene como prioridad los derechos de las personas, garantizados por jueces independientes, aún en la convicción –que comparto- de que hay muchas cosas por mejorar en la justicia, pues “… los verdaderos sabios son los que, entre dos posibilidades escogen la que, en caso de ir las cosas mal, acarrea el menor daño” (Viroli, p. 214).

Vamos por una reforma al sistema de justicia. Pero no ésta.


  • Juan José Olvera López
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