Un diccionario es “un repertorio en forma de libro o en soporte electrónico en el que se recogen, según un orden determinado, las palabras o expresiones de una o más lenguas, o de una materia concreta, acompañadas de su definición, equivalencia o explicación” (RAE). Hay diccionarios enciclopédicos, históricos o ideológicos. El primer Diccionario de la lengua española (1726) se conoció como Diccionario de autoridades y a partir de 1870 se redujo a un solo tomo para facilitar la consulta. A partir de entonces, se han publicado 23 ediciones fruto de la colaboración de todas las academias que recogen el léxico utilizado en España y en los países hispánicos.
Pero ¿sabía usted, querido lector, que existen otros diccionarios magníficos de nuestra lengua? La aragonesa María Moliner nació en 1900. Mientras estudiaba Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza, colaboró en la forja de un diccionario de voces locales. La encomienda la enseñó a escudriñar vocablos en un universo de textos y encontrar su origen y uso para luego clasificarlos. Revisó el Diccionario de la lengua castellana y en 1922 aprobó los exámenes de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos. Realizó “misiones pedagógicas” en las que viajó por Valencia para entrevistar lectores, conocer sus necesidades y abrir bibliotecas de acuerdo con ellas. Dedicó 15 años a la titánica tarea de elaborar su Diccionario del uso del español que —a diferencia de los diccionarios publicados con anterioridad— logró definiciones más sencillas y precisas e incluyó palabras utilizadas en el habla común —muchas de ellas procedentes de los periódicos—. Logró un balance entre puristas y transformadores al alimentarlo de un idioma vivo con léxicos que “se inventaron en el momento por necesidad”. “El diccionario de la Academia es el diccionario de la autoridad. En el mío, no se ha tenido demasiado en cuenta la autoridad... Si yo me pongo a pensar qué es mi diccionario, me acomete algo de presunción: es un diccionario único en el mundo”, dijo. María, quien supo todas las palabras, moriría a los 81 años con su memoria perdida.
Para no perder el humor, en mi visita a la librería vintage El pony de Troya de Miguel Cane, encontré El gran libro de los insultos, un diccionario que es un “tesoro crítico, etimológico e histórico de los insultos españoles” de Pancracio Celdrán Gomariz. Incluye insultos de América Latina —donde México y Argentina añaden una riqueza excepcional—. Aquí le dejo unos ejemplos, usted solo póngale destinatario. Boquirroto: “Bocazas que larga sin freno ni mesura, sin pararse a pensar en las consecuencias de lo que dice”. Capullo: “Cabezahueca, sujeto patoso y de inteligencia escasa que a pesar de ser imbécil puede caer bien e incluso ser simpático”. Chaquetero: “Oportunista y cínico pronto a cambiar de bando si pintan bastos en el que milita; tránsfuga; traidor”. Vendecristos: “A la persona que todo lo sacrifica a su interés y medro, y no piensa en otra causa que la suya”.