Si ya de por sí era difícil poder pronosticar cuál sería el rumbo económico de México antes de las elecciones, ahora es mucho más complicado. El hecho de que Morena haya logrado prácticamente la mayoría calificada en la Cámara Baja y la Cámara Alta (es posible que en esta le falten tres o cuatro votos), la nueva presidenta tiene la libertad de tomar el rumbo para la economía que le parezca más adecuado. Con Andrés Manuel López Obrador fue distinto, porque aunque realmente hizo lo que quiso, en algunos temas con implicaciones económicas no logró su cometido porque al no obtener muchos cambios constitucionales que él anhelaba, pues simplemente las cosas no sucedieron.
Lo que más molestaba a los mercados y a los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros, eran los cambios que impulsó o pretendía imponer por cuestiones ideológicas, y de esa forma deseaba modificar acuerdos ya plasmados en documentos oficiales que él quería desconocer; y si no lo lograba, pues simplemente --por la vía burocrática-- detuvo muchas inversiones que eran perfectamente legales y estaban contempladas en los acuerdos del T-MEC. El ejemplo más claro fue su lucha en contra de la inversión extranjera en la producción de energías limpias, todas estas decisiones hicieron que, en sus seis años de gobierno, la economía mexicana únicamente creciera 1.8%, si es que este año crecemos a 2.4%.
Es una verdadera pena que López Obrador no haya podido lograr lo que sí han podido muchos países europeos con gobiernos socialistas inteligentes. En la Eurozona, los socialistas han dominado el escenario político, porque además de tener políticas sociales más amplias en favor de la población, también han impulsado la inversión, el ahorro, la tecnología así como el medio ambiente y han creado un entorno positivo para la inversión privada; reconocen que es esta la que mejor sabe generar riqueza, y los gobiernos actúan más como reguladores para mantener equilibrios, pero nunca son un obstáculo para todo lo que hace sentido. La peor decisión que tomó el presidente actual --en términos económicos-- fue cancelar la obra más importante que hubiera tenido su sexenio y que era el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, fue una decisión que no benefició a nadie, y sí limitó en forma dramática, la movilidad no solo de la Ciudad de México sino del país entero. Más allá de que podría haber sido un gran polo de desarrollo en una de las zonas más pobres de la ciudad y del Estado de México, creó una enorme desconfianza en su gobierno. La inversión privada nacional se detuvo un buen tiempo, y mucha inversión extranjera que pudo haber llegado simplemente no lo hizo.
Si el nuevo gobierno acepta que se puede generar bienestar económico, desarrollo, riqueza y además tener una fuerte inclinación de apoyo social, podremos tener un futuro halagüeño.