Crónica de recuerdos de Torreón y Gómez Palacio (1)

Laguna /

En aquellos días, hace mas de 65 años recuerdo cuando vivíamos en el rancho de mi papá en casa sencilla era de color blanco y había un jardín con árboles, cerca de ahí estaba la noria que daba el agua para las siembras, para las vacas y una gran alberca o sería como pequeña presa donde se almacenaba el agua vital para las tierras y los humanos.

El rancho se llamaba Huizache y pegado estaba el otro Bahía. Estaban en Gómez Palacio, Durango en frente de la vinícola El Vergel. 

Para llegar a ellos se tenía que atravesar por el ejido Palo Blanco. 

Había otro rancho se llamaba Ahedo ese estaba más lejos pero el administrador, mi padre los trabajaba los tres. 

Mi abuelo el Lic. Agustín Saldaña los había comprado los tres de dos de sus hijos, uno de ellos era mi papa Ramiro.

Era una vida dura recuerdo que mi mamá hacía quesos, también mermelada de tomate. 

En las tardes nos daban tomates maduros partidos y les ponían sal y limón eran una delicia. También en una época sembró elotes amarillos.

La vida de un agricultor era muy dura, mi papá se levantaba a las 5.00 a.m. para la ordeña de las vacas y en la tarde se tenían que ordeñar otra vez. 

Había que llevar la leche a la Pasteurizadora hoy Lala. Después de un tiempo mi papá compró una máquina enfriadora y así podía vender la leche más cara. 

También estaba la siembra de alfalfa, trigo, sorgo y algodón. 

La vida de un agricultor es difícil, en mi casa siempre se estaba con el Jesús en la boca. Que si llovía y se manchaba el algodón lo compraban más barato, que si la vaca se enfermaba y podía morir era un drama. 

En otra ocasión instaló un gallinero, la idea era criar pollos para vender desgraciadamente se enfermaron y se tuvieron que sacrificar, allí acabó la iniciativa y se perdió la inversión.

Otra de las actividades de mi papá que era aviador fumigaba ranchos con ese dinero compraba lo que hacía falta para el rancho que el tractor, el camión, la trilladora y nunca faltaba cosas. 

Fue una vida de sacrificios que redituaron en que nos dio una excelente educación. 

Nada fácil, mi mamá siempre a su lado apoyándolo. 

Pero así como mi papá, los agricultores medianos de esa época trabajaron duro, su vida fue de austeridad y ahorro. 

El padre David Hernández mi maestro y mentor siempre decía “La satisfacción del deber cumplido”. 

Mi padre cumplió cabalmente y nos enseñó el valor de la perseverancia y el hacer las cosas con gusto. Y sí es la mitad del trabajo.

Me platicaba que él era feliz viendo crecer las cosechas y volar en su avión. Nunca se quejó, al contrario con el fruto de su trabajo nos dio una educación de excelencia.

Llegó un momento que decidieron venir a vivir a Torreón porque teníamos que ir a la escuela. 

Fuimos a Villa de Matel en ese hermoso colegio de monjas del Verbo Encarnado. Había compañeras que eran internas, hijas de agricultores que como mi padre estaban luchando por hacer crecer sus ranchos y mantener a sus familias.

En Torreón tuvimos una vida diferente primero vivimos en la Morelos al otro lado de la notaría del abuelo Agustín era una privada en donde cada uno de los hijos de mi abuelo tenía un casa. Cuando ya quedo chica para la familia porque ya éramos cuatro hijos nos cambiamos a la Juárez y Colón en una casa de mi otro abuelo José Villarreal Chapa. 

En esa casa vivimos muchos años era un buen vecindario.

Los sábados íbamos al rancho ahí mi papá nos ponía a trabajar y nos pagaba el trabajo era el siguiente: Cada vaca tenía un arete con un número. 

Había unas hojas de papel con la figura de la vaca y su número, nuestra tarea era dibujar las manchas negras que tenía cada vaca. Nos gustaba ese trabajo.

Los domingos íbamos a misa de 12 al Perpetuo Socorro, si hablábamos mi mamá nos daba un pellizco Jajaja. 

Después nos llevaban al Local del señor Endino López Lena que era el distribuidor de revista, periódicos y compadre de mi abuelo Agustín. 

Ahí nos compraban cuentos: Archie, la pequeña Lulú, supermán, Susy y otros. Cada uno de mis hermanos podía escoger uno y luego los intercambiábamos. 

La visita obligada era ir a saludar a los abuelos Agustín y Lupita nos encantaba porque el abuelo nos daba domingo. 

En ese entonces empezaban los pollos rostizados así que compraban uno acompañados de tortillas, aguacate y salsa. Deli.

En la tarde nos llevaban al Club Campestre de Gómez Palacio. En ese lugar aprendimos a nadar. Otras veces a la casa de mis otros abuelos José e Isabel Villarreal Chapa que vivían en la Colonia Los Ángeles y tenían alberca. 

Los chiquillos de la Colonia como Lupita Villarreal que vivía en contra esquina de la casa, los Berlanga Quintero: Mario, Nacho y Ruth a una lado, y otros niños como Zoila Valdés muy amiga de Lupita, Begoña Saracho y otros disfrutábamos de la convivencia y del agua. 

La merienda era unos “Yoyos” Sándwich de queso con jamón calientes. Una delicia.

La comida en la casa era sencilla: sopa de arroz, de fideo, caldo de pollo, cocido y ahí los tuetanos para taquitos, milanesas podía ser empanizada o solo frita, sesos lampreados, hígado encebollado, manitas de puerco lampreadas o al vinagreta, cabrito en salsa de chile colorado, fritada, huevos, frijoles, tortillas de harina y de maíz de postre fruta, flan, pay de limón, panque, bisquets. 

Mi papá llegaba todos los días con una bolsa de la panadería la Reynera de pan de dulce y de pan francés, en invierno churros. 

Chocolate caliente de la marca Abuelita. El pan francés a la parrilla con mantequilla.

En el próximo artículo abordaremos otros recuerdos.

  • María Isabel Saldaña
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