Es convencional: “Feliz y prospero año nuevo”. Imposible no pronunciarlo, pues se verá como falta de la cortesía mínima, no obstante que no sea significativo y auténtico. Igual sucede con los saludos cotidianos: “Buenos días, ¿cómo estás”; “buenas noches, cómo te fue”. Imprescindibles para evitar un calificativo mordaz: “Este… que se cree. Maleducado; nunca saluda”. La repetición anual o cotidiana no genera ninguna esperanza, siquiera mínima, de comportamiento de la realidad y de las personas según el significado estricto de las letras del saludo obligatorio.
La esperanza no crece con la repetición. Quizá sí decrece, pues se puede calificar de “No es saludo. No es deseo. Es trámite obligatorio” y, por ende, las ilusiones de mejora contenidas en una esperanza dictada por el calendario o el horario diario, se quedan más abajo de la alfombra. Sin embargo, la costumbre sigue y seguirá. ¿Hay algún modo de relacionar no sólo con una esperanza protocolar, sino con un cambio verdadero, esperado, deseado a gritos, mayoritario casi universal? Sólo con pensamiento crítico. Quizá el menor de los antojos en días de vacaciones.
Algunas ideas para olvidar el “año nuevo”. En la educación, algo nuevo no es el mayor presupuesto. Sí, más dinero sirve para más escuelas y para mejores sueldos. Ojo: Hay escuelas en desaparición, no por falta de dinero sino por falta de alumnos y alumnas. La migración de familias a lugares con mayor población y sobre todo al “norte” deja casi vacías escuelas de los pueblos donde la migración va dejando sin familias los poblados. En todo caso el dinero habría de aplicarse para evitar esa migración.
La promesa de una educación capaz de preparar para tener un mejor trabajo que los padres también sufre de incumplimiento. El desarrollo de nuevas técnicas, la aparición de nuevos productos industriales y la mejor tecnología evita disponer de trabajos de buenos salarios para personal que no está altamente capacitado, lo que sucede menos en los edificios escolares y más en las oportunidades de preparación especial ofertada por las mismas industrias. Y, claro, esa oferta del mundo industrial no cubre la demanda de esa capacitación. Y los jóvenes ya no les interesa ir a la “escuela”. No les ayuda en su sueño todos los días publicitado en periódicos y noticias.
Presupuesto mayor para preparar mejorar a los maestros, es otro de los argumentos para demandar más fondos para la educación nacional. A la letra nadie puede estar en contra de esa necesidad, creciente y además urgida de renovación dados los nuevos adelantos de la ciencia, la técnica y las humanidades. En nuestro país, de modo similar a otros países, se prepara a los profesores de la educación básica en escuelas especiales para hacer esa tarea. Son las importantes en la historia mexicana, escuelas normales, algunas reconocidas como beneméritas y centenarias. Sin duda contribuyen a atender las demandas de la educación, pues preparan y otorgan los grados necesarios para que los estudiantes ejerzan la docencia en las escuelas de educación básica.
Sin embargo, hoy aparecen nubarrones en el importante sistema de educación normal. Se puede decir de un modo no exacto y sí entendible: Hoy es menos importante la enseñanza frente a la importancia del aprendizaje. Hoy el maestro no “cumple” con enseñanza el programa que define el sistema educativo nacional, pues el centro del fruto educativo es generar estudiantes que han aprendido lo necesario para pensar mejor según su capacidad, para colaborar mejor según se lo pidan las circunstancias, para comprender el mundo (familia, ciudad, país, mundo) en el cual viven, y pueda usar conceptos y procesos para resolver problemas adecuados al grado de estudios. Un estudiante con esos aprendizajes es una persona con grandes facilidades para incorporarse a niveles superiores de educación y también, si lo requiere, dedicar horas a trabajos que requieran esas capacidades.
¿Lo anterior significa que debe dejarse de lado las “materias”, los planes y los programas? Desde luego que no. Y desde luego, sí contar con un maestro capaz de ubicar los contenidos de esas materias no prescindibles en procesos de aprendizaje de comprensión y no en la escucha del discurso del maestro para memorizar.
Y, en medio de estos cambios las escuelas normales, deberán preparar a los maestros para lograr que los estudiantes “aprendan a aprender”, es decir aprender el cómo al tiempo de acercarse a conocer el qué. La esperanza está ahí a fin disponer de un nuevo sistema de educación normal, flexible, actualizado, en movimiento, y en cercanía con los cómo y los qué de la educación.
Otros muchos deseos necesarios de renovar para hacer el año “prospero” tales como la seguridad, la movilidad, el medio ambiente, y la colaboración para frenar el cambio climático. Piden una nueva agenda y no reiteraciones a base de “feliz año nuevo.”