Este título naturalmente es, por ahora, una ficción. Pero no está demasiado distante de las intenciones de un presidente como Trump, quien no una sino varias veces ha mencionado que sería “un honor” enviar elementos del Ejército norteamericano al territorio mexicano para acabar, de una vez por todas, con los cárteles en nuestro país. Es curioso que el aludido se prodigue en discretos elogios a la presidenta Claudia Sheinbaum, llamándola maravillosa, encantadora, etc., mientras que por otro lado no tenga reparo alguno en lanzarle un dardo, como es el hecho de considerarla, sin más, melindrosa ante el hampa organizada que, hay que reconocer, es verdad que domina pueblos y regiones enteras, y quizá uno que otro estado. A últimas fechas, Trump ha insistido en que México abra sus puertas a sus militares, marines, guardias nacionales y quién sabe qué más, con el objetivo explícito de “operar” con libertad plena en acorralar narcos y, de ser posible, llevarlos a la Unión Americana, o tal quizá simplemente eliminarlos.
Desde luego que la presidenta Claudia no ha estado de acuerdo con ello. Faltaba más. Ante todo, y como sucedió al redoble de tambores para conmemorar la gesta del 5 de Mayo, la soberanía está por encima de todo. Tiene razón ya que México no está en el marco de otras naciones en las que el intervencionismo militar estadounidense ha hecho gala de su fuerza y capacidad de introducir tropas en casos como el de Panamá, Dominicana y, para no hacer el cuento más largo, otros setenta países desde la pasada Guerra Mundial. México, hasta ahora, no ha sido objeto de tan aberrante participación en sus objetivos, aunque no es nada desconocido que sus agentes “internacionales” de la DEA, la CIA y otros, intervienen de hecho en acciones de inteligencia, secuestros, y quizá ejecuciones de cabecillas o grupos a los que consideran enemigos de su gobierno o que atentan contra la seguridad de su país.
Uno de los puntos sobresalientes es que Estados Unidos ha creado incluso leyes que le permiten, de una manera extraterritorial, intervenir militarmente en casos específicos, como vendría a ser la calificación de los cárteles mexicanos en un esquema de “organizaciones terroristas”, lo que accedería a enviar tropas o comandos para tratar de extinguirlos. Esta es la visión de Trump que comparten muchos de sus conciudadanos y que no dudan que ante la amenaza de peligros como el trasiego de drogas y especialmente fentanilo, no estaría mal ni verían mal una intervención directa en suelo mexicano. A todo ello se ha opuesto Claudia Sheinbaum. Sin embargo, da la impresión de que poco a poco se va quedando un tanto aislada y tal vez hasta sola en lo que significa verdaderamente defender la soberanía nacional. El mismo Ejército y Marina han estado de acuerdo en que barcos militares de Estados Unidos deambulen frente a nuestras cosas e, incluso, descaradamente se menciona que los drones norteamericanos surcan nuestros cielos con total libertad y hasta de acuerdo con las fuerzas armadas mexicanas.
Para la presidenta la cuestión tiene mucho fondo y algo de realidad ante las “amistosas” consideraciones de Trump, un presidente ávido de popularidad que se le ha venido desplomando al paso de apenas tres meses de gobierno. Lo malo del asunto es que también tiene algo de razón al afirmar que hay una actitud medrosa ante los cárteles y, sobre todo, ante los funcionarios que propician su libertad de funcionamiento y operación. Y todos sabemos que esto está sucediendo en entidades, principalmente del norte del país, en que se ha tomado como prioridad una supuesta paz y relativa tranquilidad a cambio de actitudes permisivas hacia los grupos criminales.
Sheinbaum está, en efecto, casi sola ante estos amagos que tienen algo de realidad. Vamos, ni su partido se ha pronunciado abiertamente contra el intervencionismo. Sus militantes y cuadros políticos parecen más ocupados en intereses de otra naturaleza, como ir viendo hacia su futuro, centrar sus metas en los próximos cuadros, incluyendo la próxima presidencia a la que dedican mucho esfuerzo para colocar a la cabeza al hijo de López Obrador, o a cuestiones personalísimas como sucede con Adán Augusto para ubicar a como dé lugar a su “candidata” en Chihuahua. Sheinbaum, en cambio, se atrinchera en sus postulados, pretende distraer con pleitos como el que abrió contra el expresidente Zedillo, o empezar a limpiar la casa tras tanta corrupción que ya aflora. Y ni qué decir del problema de sacar adelante una reforma judicial impuesta desde Palenque y en la que las cuentas no parecen resultarán nada buenas.
Pero, mientras, un Trump que negocia cuestiones del nivel de socavar los recursos minerales en Ucrania a cambio de ayuda militar, y otros temas de su política exterior, asoma la cabeza para acusar al gobierno de México de timorato ante los cárteles y, sin duda, sueña con que algún día podría hacer lo impensable: invadir con sus tropas a México.