De ellos nadie dice nada

Monterrey /

Tras leer algunas notas periodísticas sobre las redadas emprendidas en los Estados Unidos contra los migrantes indocumentados, me lancé a sacar de la lista de espera un libro clave para entender una de las aristas de este cruel fenómeno: Los niños perdidos. (Un ensayo en cuarenta preguntas), de Valeria Luiselli.

El texto surgió a partir de su experiencia como intérprete en la Corte Federal de Inmigración de Nueva York. Parecería pan comido para una mujer bilingüe que vive de las letras. Sin embargo, traducir del español al inglés las 40 respuestas del cuestionario de admisión que deben responder los niños que cruzan en solitario hacia los Estados Unidos, resultó ser una labor desgarradoramente difícil.

Difícil, porque había que transcribir “palabras hiladas en narrativas confusas y complejas […] llenas de desconfianza, fruto del miedo soterrado y la humillación constante […]. Miles de historias “revueltas, llenas de interferencia, casi tartamudeadas”, que habían de transformarse en relatos coherentes llevados a “términos legales claros”. Desgarradora porque los niños arrastraban consigo “historias de vida devastadas y rotas”.

La autora refiere que, entre abril de 2014 y agosto de 2015, alrededor de 102 mil menores fueron detenidos en la frontera, de los casi 500 mil que, solos o acompañados, realizan el periplo. Si dichas cifras ponen los pelos de punta, las verdaderas historias de terror, las inimaginables, dice Luiselli, son “aquellas para las cuales todavía no hay números, para las cuales no existe ninguna posible rendición de cuentas, ninguna palabra jamás pronunciada ni escrita por nadie”.

Por ello urge visibilizar las historias que podamos reseñar. Necesitamos que las voces de los menores que están cruzando hacia los Estados Unidos salgan a la luz para que ninguna de ellas sea olvidada, para que, como apunta Luiselli, “queden en los anales de nuestra historia compartida y en lo hondo de nuestra conciencia, y regresen siempre a perseguirnos en las noches, a llenarnos de espanto y de vergüenza”.

Y justo por esto último es que no logro entender por qué Sheinbaum festina tanto su última negociación con el orangután naranja de Queens.

A lo largo de este mes, mientras se maquina la estrategia para librarnos de la amenaza del pago de los aranceles, cada día, miles de niños cruzarán en solitario hacia los Estados Unidos, y de ellos nadie dice nada. Una omisión que espanta y avergüenza.


  • Pablo Ayala Enríquez
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