Esta semana leí un post en Facebook que me dejó helado: “The common sense revolution has returned to the USA”. La provocación (¿quizá confesión?) generó el efecto deseado. De manera inmediata, los y las entusiastas de las ocurrencias trumpeanas se hicieron presentes: “Es un patriota, que sacará a EU del globalismo”, le pondrá “fin al wokismo”, Trump es “de principios”.
Las razones por las cuales distintos grupos resuenan con el populismo de Trump, como bien dice un amigo que tiene la mitad de su vida en los EU, están asociadas al conservadurismo ideológico de grupos que abominan a la comunidad LGBTQIA+, se declaran antiabortistas, antiinmigrantes y antiimpuestos. A estos trumpistas les fascina la narrativa del American Strength que promete meter en cintura a canadienses y mexicanos, apropiarse del canal de Panamá, comprar Groenlandia, cambiar de nombre al Golfo de México, acabar con el mercado chino y el mínimo atisbo de política socialista.
Como era de esperar, este “patriota con sentido común”, “congruente con sus principios”, estrenó su segundo mandato con una de sus primeras Trumpdejadas: la firma de la orden ejecutiva para sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París, que cerró con un mensaje lapidario: “Me retiro inmediatamente de la injusta y unilateral estafa climática de París. […] Estados Unidos no saboteará nuestras propias industrias mientras China contamina impunemente”.
La réplica de China a través de Guo Jiakun, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, da igual, ya que el contaminador número uno del mundo hará lo que le venga en gana.
La gravedad de esta Trumpdejada es que Estados Unidos (el segundo mayor emisor de gases con efecto invernadero) hará “justicia” por su propia mano dándose un salvoconducto para perforar mar y tierra, y verter a sus anchas cualquier residuo venenoso.
La cosa no terminará en los cientos de millones de toneladas de contaminantes que pulularán por la atmósfera a partir de 2026, cuando los Estados Unidos salgan del Acuerdo. La medida, seguramente, inspirará a otros gobiernos populistas, dando un duro golpe a un Acuerdo que nació con pies de barro.
Seguramente algunos de los países que hoy forman parte del Acuerdo, más que avances, llevarán a la COP30 de noviembre, excusas y pretextos ramplones sustentados en un supuesto amor patriótico que brotó de una falsa revolución del sentido común, encabezada por un rufián color naranja.