Antes de recibir su llamada, solo había cruzado con él un par de saludos fugaces, pero su sonrisa franca y mirada apacible me hicieron sentir una cercanía próxima a la familiaridad. El sentido y tono de su discurso durante aquella graduación desarmaron mis prejuicios. Tras muchos años de haber escuchado peroratas que orbitaban sobre tópicos raídos, era justamente lo que esperaba (y necesitaba) escuchar de un rector en mayúsculas.
Sin echar mano de ningún tecnicismo o palabra rebuscada, aquella tarde David Noel Ramírez, el Profe, habló claro y directo al corazón de las y los graduandos, dejándoles en claro aquello que la sociedad espera de un egresado universitario, las vías para lograrlo y los efectos sociales y morales que habrían de asumir en caso de incumplir la promesa contenida en nuestra misión institucional.
De manera enfática dijo que si no queríamos que el pragmatismo instrumental terminara de carcomerse los cimientos sociales y morales de la universidad privada (y de las pública), no podíamos darnos el lujo de descuidar la razón de ser de la universidad. El qué y para qué de ésta, apuntó, debemos perseguirla desde una racionalidad ético-comunicativa y no desde la lógica económico-instrumental empresarial. Invertir dicho orden, irremediablemente, la llevaría a desfondar su función humanística, de ahí que, la universidad –dijo el Profe– no sea “para el bisnes. La misión de la universidad es la deconstruir una sociedad más justa, menos desigual, más honrada, solidaria, tolerante, resiliente, íntegra, amorosa y digna”. La tecnología, la infraestructura, las coyunturas estructurales y demás blablatura que preña los discursos ramplones de los liderazgos efímeros, son solo medios, no fines.
Por ello, cuando recibí su llamada invitándome a ocupar una posición nacional, me sentí soñado, elegido, privilegiado, recompensado, responsabilizado, comprometido, entusiasmado, entregado a una misión. Si el Profe David Noel creía que yo podía con el paquete de impulsar el sentido humano en el Tec de Monterrey, no era yo quien debía dudar de aquello que él vio en mí. Hicimos maletas y nos mudamos. A partir de ese momento tuve la fortuna de conversar montones de veces con él, regalándome en cada ocasión su amorosa sabiduría.
Genio y figura hasta la sepultura. Como hombre sabio y generoso, previó el vacío de su tristísima partida, paliándola con su noble y humanísimo legado. Vuela alto, David Noel. Nosotros seguiremos con tu encargo.