El pasado jueves 15 de agosto, al anunciar su designación como presidenta electa de los Estados Unidos Mexicanos, la doctora Claudia Sheinbaum hizo una “respetuosa invitación a que nombremos presidenta, con A”. Al llegar a ese punto, tuvo que suspender su discurso por aplausos de un público que coreaba: “presidenta, presidenta”.
Hay cuestiones que son éticas. Quienes defienden la supuesta pureza del lenguaje insisten en que no debemos decir “niñas y niños”, “todas y todos”, “compañeras y compañeros”. A esas personas es preciso recordarles, en primer lugar, que no existe la pureza del lenguaje pues está en permanente cambio y no nace en los diccionarios sino en las calles. En segundo lugar, es necesario recordarles que la acentuación de las formas de expresión feminizadas es una cuestión ética: las mujeres hemos sido invisibilizadas de la historia y esto está cambiando.
Quienes no comprenden esto, insisten de manera veleidosa que también entonces se masculinicen expresiones como “colegas y colegos”. No, mil veces no. Los hombres no necesitan ser visibilizados, lo han sido siempre. Recordemos a Adela Zamudio: “Una mujer superior en elecciones no vota y con solo saber firmar, puede votar un idiota, por ser hombre”. De ahí venimos. Hace muy poco las mujeres no podíamos ni votar; ahora no solo votamos, hemos llegado a la Presidencia del país. Y porque antes éramos sirvientas del pater familias, es preciso acentuar nuestra cabal existencia como mujeres y demandar el mismo respeto que cualquier hombre.
Ya con cierto afán de burla hay ignorantes que preguntan si es preciso feminizar a las y los animales: perras y perros, elefantes y elefantas. Pues sí, los veterinarios lo hacen a diario porque no es el mismo cuerpo ni las enfermedades las de un elefante que las de una elefanta y porque no es la misma sensibilidad ni las mismas inclinaciones, ni el mismo poder de mando de la hembra bonobo, por ejemplo, que el del macho: ella dirime los conflictos de la manada, no así el macho. Lo contrario sucede con los chimpancés, de modo que sí, perfectamente se le podría llamar “bonoba” a una hembra bonobo, por mera economía y belleza del lenguaje.
En un extremo ya grotesco por su estupidez, están quienes de manera tan socarrona como pedestre preguntan si es preciso feminizar a las cosas: cubetas y cubetos. Bueno a esas personas no vale la pena ni responderles porque están indispuestos seguramente por cuestiones psicológicas a usar 1 por ciento de su ya de por sí menguado intelecto.
Es, pues, un deber ético feminizar las expresiones que por siglos han designado únicamente a los hombres porque es una de las formas de apropiarse de una actividad centenariamente masculina y subrayar que ahora dicha actividad es llevada a cabo por una mujer. La ética manda sobre la gramática e insisto: nuestro lenguaje lo creamos quienes lo usamos, no quienes inútilmente dictan reglas para su empleo.
En México se dice: presidenta.