En una brevísima historia titulada Los ojos del hermano eterno, Stefan Zweig evidencia la obsesión por no dañar. El personaje central, antes un guerrero despiadado, a raíz de una experiencia se transforma en un individuo con una apremiante necesidad de no dañar, de respetar no solo a los demás seres humanos sino a cada ser capaz de sentir.
En nuestros lares Enrique González Martínez, uno de los grandes de la lírica mexicana, insistió en el cuidado que podemos tener por cuanto nos rodea, cuando se intuye la unión de todo cuanto existe. Dice González Martínez: “Adorarás el vuelo del insecto y besarás el garfio del espino. Y quitarás piadoso tus sandalias por no herir las piedras del camino”.
Cuesta mucho creer que, siendo seres humanos ontológicamente iguales, podamos ser tan diferentes. Tanto genetistas como filósofos insisten en que lo que nos hace ser como somos no es solo la genética sino la educación. La genética marca los primeros años de vida, pero lo que termina por darnos una personalidad es lo vivido.
Gozo el privilegio de tener como hermano a un individuo que dedicó su vida a la música, alguna vez me dijo: “Es difícil que un niño que ha tenido en sus manos un violín, tome un fusil para convertirse en un asesino, por eso en nuestro país la educación musical no debiera ser un lujo sino algo imprescindible y esencial”. Nietzsche pensaba exactamente lo mismo: el arte es el camino para educar a un individuo porque sensibiliza. Y cualquier persona sensible NO desea ver sufrir a otro ser que tiene capacidad para sentir el dolor.
Hay algo que diferencia a Mozart de Jack El destripador, por decir algo. Ambos son humanos. Pero lo que hizo del niño Amadeus, un Mozart, fue un padre que, desde recién nacido, lo sentó en su regazo frente al piano. Leopold Mozart daba clases a su hija y desde los primeros días de su vida, Amadeus estaba frente al piano, absorbiendo diariamente el lenguaje de la música.
Entre el que goza con la música y el que goza destripando un animal está la educación sensible que el arte puede brindar. Heidegger consideró que hasta las rocas deben ser respetadas porque el daño que hacemos al explotar la naturaleza que habita en el fondo de la Tierra se refleja en el aire, los ríos y los mares: la familia Larrea lo sabe muy bien, pues se dedica entre otras cosas a la minería y han causado muchos daños al medio ambiente en nuestro país.
Cuando el respeto y el amor abarquen no solo al ser humano sino a todos los seres sintientes y no solo a ellos sino al medio ambiente en que habitan, entonces podremos sanar nuestro planeta. Ojalá nos dé tiempo porque el cambio climático avanza con viento en popa.
Solo si lo logramos comprenderemos la frase de González Martínez: “Y quitarás piadoso tus sandalias por no herir las piedras del camino”.