Las pasadas vacaciones dejé en casa libros y computadora, para descansar de la filosofía. Pero ya a punto de abordar, me arrepentí y si se busca un libro en un aeropuerto, es cuestión de aspirar a “lo menos pior”. Sin embargo, me llevé una agradable sorpresa: compré una novela sobre la vida de la doctora Tan, famosa médica china de la dinastía Ming. La autora, Lisa See, se documentó considerablemente en fuentes de primera mano para dar vida a la enigmática mujer considerada la primera ginecóloga de la historia.
A medio viaje, para comprender mejor la obra me dio por estudiar con todo detalle tanto el proceso como la finalidad del vendaje de pies en las mujeres nobles en la antigua China. El procedimiento comenzaba alrededor de los seis años y era responsabilidad de la madre hacer ese trabajo para sus hijas. La iniciación consistía en un vendaje que dejaba doblados los cuatro dedos menores hacia la planta del pie, dejando solo el pulgar apuntando el frente. Algunas madres cocían las vendas para evitar que las pequeñas se las quitaran. Con el paso del tiempo, era factible escuchar y festejar uno a uno los “crac” que anunciaban que “por fin” los dedos se iban rompiendo, lo cual permitía que se encajaran por completo en la planta del pie y elevaran el arco, de modo que el pie quedaba encogido, en pico y con una curvatura hacia arriba.
Las consecuencias de esa práctica podían llevar a la muerte a una mujer: había que tener una higiene y un cuidado extremo, ya que cualquier astilla que perforara el pie, podía gangrenarlo. Por otro lado, al no ser empleadas de modo habitual, las piernas se debilitaban en extremo: caminar con piernas enclenques y nulo equilibrio, hacía que las fracturas fueran algo cotidiano en las vidas esas mujeres.
Todo eso ¿para qué? Resulta que esos pies resultaban eróticos. Contemplar o incluso tocar los pies de la esposa o amante, cubiertos por zapatos de seda elaborados por ella, erotizaba a sus hombres. Añadido a eso, estaba el prestigio que daba tener los pies pequeños: el andar lento y cuidadoso se asoció al rango de una familia noble.
¿Por qué algo que hace sufrir a la mujer y pone en peligro su vida, puede erotizar a un hombre y transformarse en un ritual sexual? Esto me condujo a reflexionar en torno a la agresión y su ritualización en los animales que buscan una pareja, tema que ocupó los estudios del creador de la etología: Konrad Lorenz.
El tema tan interesante, que vale la pena esperar al próximo lunes abordar como se debe, estas reflexiones sobre la agresión y su transformación en rituales eróticos.