No ha explicado Javier Aguirre, el director técnico de la maltrecha Selección Mexicana de futbol, qué es lo que le pasó a su equipo la noche del pasado viernes en San Pedro Sula. Y si se ignoran las razones por las que el equipo nacional fue superado con tal amplitud, es muy complicado pensar en que el marcador adverso pueda ser revertido de forma amplia.
Y es que se sabe bien, para pasar a la ronda siguiente (el “Final Four” le dicen), de este torneo de Concacaf, el representativo mexicano tendrá que ganar esta noche en el estadio Nemesio Diez de Toluca, por un 3-0 o un 4-1 o un 5-2.
Esto puede ocurrir, no cabe duda, acompañado quizá de situaciones un tanto irregulares que ahora mismo es imposible preveer. Una actuación extraordinariamente buena de los nuestros, errores arbitrales a favor de los nuestros, un rival empequeñecido por los estragos que causa la altitud de la capital del Estado de México.
Esperemos, por supuesto.
Lo increíble, lo inexplicable es que una selección como la mexicana no se muestre superior a rivales que en los hechos son inferiores. No hay que esperar a que se dé o no el milagro de conseguir el pase a la siguiente ronda para señalar lo mal que se vienen haciendo las cosas en la Selección Nacional.
Y la Selección Nacional, ojo, son sobre todo sus jugadores. Los que están, los que son habitualmente llamados, carente de un nivel competitivo realmente aceptable y esperanzador. Y en los futbolistas que no están porque simplemente no se está haciendo el trabajo adecuado para detectar y pulir a los más talentosos.
No es un problema que empiece y termine con el director técnico de la Selección Mexicana de Futbol. Pero cada que hay una crisis es lo único que se cambia. Hasta ahí llegan, por ahí solo pasan, los cambios profundos.
¿En verdad hay que renunciar desde ya a la ilusión y esperanza de que la Selección Mexicana de Futbol tenga la mejor actuación de su historia en el Mundial del 2026?