Entrevisté a César Luis Menotti en noviembre de 1992, cuando llevaba 14 meses como entrenador de la Selección Mexicana de Futbol. Es uno de los trabajos periodísticos que más orgullo y satisfacción me han dado.
La conversación se publicó en el semanario Proceso, del que fui reportero y coordinador de deportes durante nueve años. Encontré a un Menotti ya muy cansado de lo que llamó la infamia desatada contra él y su equipo de trabajo, “harto de ser el centro de la polémica y de las pugnas que dividen el futbol mexicano”.
A Menotti, no hay que olvidar esto, lo contrataron Emilio Maurer y Francisco Ibarra, breves usufructuarios del poder en el futbol nacional, en detrimento del entonces dominante Grupo Televisa, con un poco más de poder del que hasta ahora sigue ejerciendo.
Pero no quiero ocupar más líneas en ese cuadro. Quiero rememorar al maestro, al filósofo, al idealista de verbo tan seductor como inacabable. El “centradamente vanidoso” me dijo ese día y esa frase fue la cabeza que usó Proceso: “Yo soy el futbol; nadie sabe de futbol lo que yo”.
Le pregunté: “Sin ironías ¿se merece el futbol mexicano a César Luis Menotti?”. Me respondió: “La pregunta es importante, aunque mueva la vanidad que uno tiene interiormente, y lo contesto por cómo lo plantea, sino no me atrevería. Muchas veces me he preguntado: ¿Y vale la pena que uno intente algo distinto, en un lugar donde a lo mejor uno no tiene nada que ver? Hay una edad en la que cada cosa que uno deja duele mucho; dejar las compañías, su geografía para venir a un país a luchar, y a veces ante tanta incomprensión se siente uno muy mal, y es verdad, a veces uno se lo pregunta, si merece este futbol que uno agarre una úlcera y pelee y discuta y lea y escuche las terribles barbaridades que se dicen”.
Decía Menotti que hubiera deseado generar unidad y no todo lo que hizo que se
marchara. Como me recuerda eso todo lo que sigue pasando.