Chalco

Ciudad de México /

Desde hace veintidós días, los habitantes de más de quince colonias del municipio de Chalco, Estado de México, viven inundados en aguas negras. Más de un metro de mierda desbordada por las lluvias. El agua sucia sale a borbotones por las coladeras, los colonos no pueden abrir los grifos para lavarse las manos, ni limpiar los trastes, ni la ropa, no pueden bañarse, menos ir al baño, no se puede bajar la palanca pues sale más agua hedionda. La gobernadora Delfina Gómez se acercó al lugar en el día 19 de inundaciones pútridas y olores fétidos.

Chalco, situado a unos 30 kilómetros de Ciudad de México, creció hace treinta años y se convirtió en la ciudad dormitorio de quienes llegaban a trabajar a la capital. Ahora, en el municipio viven más de 400 mil personas entre cerros desde donde baja el agua de las lluvias.

El obstáculo principal para el desagüe es un tapón gigantesco de basura de 50 metros de largo y 2.4 metros de diámetro, según el gobierno de Estado de México, que obstruye el Colector Solidaridad, el caño central por el cual se desaguan los desechos en el municipio.

La pregunta: ¿Por qué el gobierno de Delfina Gómez permitió la formación o el crecimiento desmedido de ese tapón? Porque así gobiernan, sin conocimiento de nada, a la trompa talega. Corrupción e ineptitud. La respuesta oficial: los culpables son quienes gobernaron en el pasado.

Mientras veía las imágenes de Chalco recordé dos episodios de Los bandidos de Río Frío, la novela de Manuel Payno, “El Puerto de San Lázaro” y “En el Canal de Chalco”: “Imposible de creer que en una ciudad como la capital de la República Mexicana, situada en la mesa central de la altísima cordillera de la Sierra Madre, pueda haber un puerto. Pues lo hay, muy importante y concurrido. Es el puerto de los lagos del Valle, lagos que, si en la estación de lluvias amenazan derramarse sobre la ciudad por la falta de las obras hidráulicas necesarias para contenerlas y darles salida, contribuyen, como lo dijo el barón de Humboldt, a que el clima de México sea uno de los más suaves y benignos del globo”.

De los inmensos espejos de aquellos lagos donde se reflejaban las altas montañas a la inundación de aguas negras por tapones gigantescos de basura.

Releí los dos capítulos, muy buenos por cierto; al terminar pensé: no aprendimos nada, salvo la destrucción.


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