Encontré esta nota de mi amigo Gil Gamés en el correo electrónico: “Las instalaciones de la empresa de productos para calzado El Oso, en la colonia Portales, fueron desalojadas por elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Ante el desalojo, la empresa denunció extorsiones por parte del crimen organizado.
Las grasas El Oso, un fogonazo de la memoria. En aquellos tiempos, ya lo he contado, hacía falta dinero en casa. Mi padre tenía ideas geniales, una de ellas, poner a trabajar a su hijo mayor, de unos 18 años, para enderezar su vida y ayudar a la economía familiar. El empleo: vender grasas El Oso. ¿Cómo? Gastando suela de tienda en tienda.
Me lo contó mi hermano muchas veces: “grasas El Oso para calzado, patrón”. ¿Eso decías?, le preguntaba en nuestra vida adulta. Sí, mil veces, me contaba. Resultado en ventas: cero. El joven no sabía vender.
Recuerdo las latas blancas con un oso: negro, café y neutro. El olor me hechizaba. Le llovían críticas al vendedor, no daba golpe. Una mañana el joven salió a su rondín: “grasas El Oso para calzado, patrón”. Nada. En una miscelánea, no había tiendas de conveniencia, el dueño le dijo a mi hermano: te voy a comprar cinco de cada color con una condición. ¿Cuál?, respondió el vendedor. Te vas a tirar al suelo y yo con mi bicicleta te voy a saltar por el cuello. ¿Te animas? Y el vendedor aceptó. Ambos cumplieron su sueño.
Como mi hermano le agregaba algunos detalles a la realidad, le pregunté a mi madre y ella me aseguró que aquel día mi hermano llegó con el producto de la venta y le contó la historia: me tiré al piso y él saltó sobre mi cabeza en su bicicleta.
Yo tendría entonces unos cuatro años, sólo conozco la anécdota por el relato de mi madre, buena fuente, por si hiciera falta. Nunca le dije a mi hermano que esa historia me entristecía. Hay cosas que no se dicen, ni deben decirse nunca.
Como él y yo supimos guardar nuestra pequeña desdicha, la anécdota se convirtió en una vacilada. Tanto que cuando mi hermano estaba enfermo, de pronto yo le decía sin venir a cuento de nada: “grasas El Oso para calzado, patrón”.
No me crean, pero tengo entendido que mi hermano perdió ese prometedor empleo porque nunca se pagó a la empresa El Oso las latas vendidas al acróbata de la bicicleta.
Y toda esta memoria por el correo de Gil. En esos días aprendí a bolear mis zapatos.