He visto una fotografía en la pantalla del celular de un grupo de amigos. Cosa rara, todos nos hemos disfrazado de viejos. Si fuera una imagen impresa en papel estaría amarillenta y algunas figuras se habrían borrado. Ese de la derecha casi no se ve, pues murió hace dos años; a otro de los amigos, el de atrás, se le ha desvanecido el rostro, también se ha ido al otro barrio. Al que no se le ve bien el brazo tuvo un cáncer y la libró de milagro. Unos tienen el pelo blanco, otros no tienen pelo. Algunos han ganado peso de una forma un tanto escandalosa, otros luchan contra el sobrepeso, pero se ve que han perdido la pelea. Todos han abierto una puerta hacia la oscuridad de la vejez.
Pero no nos pongamos dramáticos, ni tampoco incrédulos. Este párrafo se debe a que he cumplido 68 y me ha tomado por el cuello una rara sensación de irrealidad. Carajo, amigos, si apenas ayer nos bebíamos el mundo a tragos y comíamos tortas en Los Guajolotes y luego íbamos a casa de Joaquín y nos bebíamos lo que quedaba del mundo. En serio: no me quejo. Además me han amado y he amado, ay sí, ya muy José José, muy Montaigne, muy Séneca.
No tengo planes de viajar a la estrella Nova, se los juro, pero la verdad es que han pasado cuarenta y cinco años desde aquellos días y yo aquí tan campante. Me dice mi hija: no bebas tanto, papá; le digo que seré estoico, pero no le hago caso.
Oigan, amigos, se acuerdan cuando íbamos a ese tugurio que estaba atrás de Sears, recuérdenme el nombre: ¡Con ustedes la inigualable Lizet! Veníamos de hacer el suplemento. Ya, me callo, porque no tengo su autorización. Y esa noche que Joaquín nos llevó a Le Baron, ¿se acuerdan? Y cuando nos sacaban a bailar Joaquín decía: son bugas. La pasamos bien, ¿sí o no?
Pero yo quería contarles que soñé que mi mamá se moría. ¿Hay algo más terrible que una madre que muere dos veces? Desperté hecho pedazos. Y durante unos segundos estuve convencido de la muerte de mi madre, que murió hace más de quince años. No lo van a creer, pero su segunda muerte me dolió más que la primera. Se los juro.
Dicho lo cual, los espero en la calle de San Simón, traigan la primera parte, las traducciones, todo lo que Carlos echará abajo con ese toque casi perverso que da la amargura.