Recojo esta frase de Arthur C. Clarke: “Esta época le presta mucha atención al futuro, lo cual no deja de ser irónico, ya que tal vez no tengamos ninguno”. Cada año que empieza deberíamos recordar esta máxima.
Creo que ya habitamos el futuro. Me cercan la duda y la extrañeza si pienso en el hechizo que aún ejerce López Obrador no sólo entre sus seguidores fanáticos sino más allá de ellos. Se le caía la casa a pedazos y su aprobación, firme, y le otorgaban un bono: más tiempo, paciencia, nada pasa. La salud, una debacle; la educación, una catástrofe, pero a nadie le importó. La violencia crecía: masacres, pueblos arrasados, cuerpos destrozados. El manejo de la pandemia fue criminal, nada le hace, vamos bien.
Muchas veces, mientras veía trozos de las mañaneras y el ex presidente infamaba a diestra y siniestra, recordaba cuando mi hermano mayor se incorporó a las filas obradoristas en 2003.
Un día, inesperadamente, López Obrador llegó de visita a la comida familiar que reunía a nuestra familia los domingos. Siempre tomaba whisky Johnny Walker Etiqueta azul que Lilia Rossbach, la viuda de mi hermano y hoy embajadora en Argentina, le guardaba sólo para él. López Obrador podía tomarse dos o tres antes de despedirse. Llegaba a eso de las cinco de la tarde y tomaba su lugar en el centro de la mesa, una mesa larga, como de embajada continental. Tomaba la palabra y hablaba lento pero sin pausa. Traigo de un cuaderno de notas estos diálogos:
—Chemita, ya lo sabes, lo que es bueno para Estados Unidos es malo para México.
Mi madre se rebelaba cada vez que oía que López le decía Chemita a mi hermano. Pepe, como le decíamos en casa, lo seguía a ciegas:
—Siempre fue así.
A mí se me ocurrió decir que hablábamos de nuestro principal socio comercial. López no quiso oírme. Y añadió:
—Falso que el TLC le haya servido tanto como dicen a la economía mexicana. Un mito que pagó Salinas con miles de millones.
—Estoy escribiendo un libro para acabar con ese mito. Me ayuda Jaime, qué bien y qué rápido escribe.
Se refería a Jaime Avilés, un periodista de consigna a quien López empleó como escritor fantasma y que acopió cierta falsa fama como buen cronista.
Pepe le dijo:
—Siempre fue muy bueno. Por eso Monsiváis lo incluyó en su antología.
—Además, tiene conciencia —agregó López.
Abrí este grifo del pasado y una viga cayó del techo de los recuerdos. La casa de la memoria se cimbró desde sus cimientos.