Rubem Fonseca escribió que los hombres eyaculan una media de cinco mil veces en su vida, un trillón de espermatozoides. De verdad lo dice Fonseca en un relato, “La Cofradía de los Espadas”. También afirma, bueno, no él, su narrador, pero da igual, que el sexo lo contiene todo: cuerpos, almas, pruebas, purezas, resultados, promulgaciones, canciones, comandos, salud, orgullo, todas las esperanzas, beneficios, donaciones, concesiones, todas las pasiones, bellezas, delicias de la tierra.
Mientras me sirvo un vodka doble me pregunto si he gastado ya mis cinco mil eyaculaciones. He sido derrochador y botarate en materia de espermatozoides; no he sido avaro, al contrario, gasto sin mirar el precio. ¿Y si me acabé la reserva?
Pronto cumpliré 68 años. Qué extraño abrir la puerta de la vejez y moverse dentro de esa habitación sombría. Si la muerte quisiera seguirme en estos días, yo sería un blanco fácil. Ni ustedes ni yo: me faltan mil doscientas y les dejo propina, sin albur.
Mi padre me contó que el abuelo Pepe, su padre, regresaba de su trabajo burocrático en Petróleos Mexicanos a las cinco de la tarde, se quitaba uno de sus dos únicos trajes, se ponía la pijama, colocaba el pantalón debajo del colchón para que con el peso de su cuerpo lograra un planchado automático. A mí me suena a locura y creo además que el abuelo no gastó ni siquiera dos mil momentos culminantes. Pobre abuelo. Cierto, en esos tiempos la liberación sexual y toda su utilería no existían.
Ramón Gay, exitoso actor de cine de finales de los años cincuenta, primo hermano de mi padre, un día se encerró en un baño, selló las ventanas, prendió un anafre y se entregó a la muerte. Mi padre rompió una ventana y lo salvó. Motivo del intento de suicidio de Gay: sus proclividades homosexuales. ¿El suicidio es una verdad? No me desvío, tal vez Gay se había gastado todas la misiones a las que se refería Fonseca.
Aprendí de Walter Benjamin la idea del flaneur, el caminante, el paseante, el que descubrió que las ciudades nos volverían anónimos. Puedo caminar grandes distancias y ver una y otra vez edificios, recorrer parques, estudiar árboles. Mientras camino, me pregunto por mis reservas. ¿Aún tengo municiones?
No es la hora de ponernos presuntuosos, pero tengo la sospecha de que hay una ciudadela, un centro de armas, pólvora. No me hagan caso, la culpa la tiene Rubem Fonseca. Cinco mil: voy a hacer cuentas.