En casa le llamaban escombrar al trabajo no del todo simple que consistía en pasar un gran desorden de una habitación a otra. Heredé esa forma de la memoria. En esta copa tomó su último coñac la Güicha Margain, decía mi padre. No se tira, y la opaca, vieja y desportillada copa viajaba de un lugar a otro a ocupar tranquila y silenciosa su nuevo hogar.
Me encuentro en la estacada de una sobrecarga alostática. Sí, esto requiere de una explicación: alostasis es la capacidad del cuerpo para equilibrar sus diversos sistemas y adaptarse también a los factores del mundo exterior. El tiempo prolongado del cuerpo en busca de adaptación provoca desgaste, deterioro y problemas psicológicos, enfermedades crónicas, o ambas. La ansiedad es un ejemplo clásico de esa sobrecarga y el estrés una causa efectiva, aunque no la única, de esa sobrecarga.
Por esta absurda razón me puse a escombrar, a buscarle un sentido a la vida en el desorden. Esto ocurre muchas veces en las mudanzas. Encontré entonces un estuche negro cubierto de polvo del que saqué mi maquina Olympia. Si usted la ve, entenderá que no se trata de una máquina de escribir sino de una fábrica de sueños.
Mi Olympia muestra una capa amarilla en la repisa que lleva al abismo del teclado. Señoras y señores, se trata de nicotina. Ahí puede verse todo lo que fumé mientras soñaba en convertirme en un escritor y un periodista. Humo del cigarrillo detrás del humo de las ilusiones.
La noche del 20 de febrero del 2005, en Colorado, un hombre en bata salió de su casa cargando su máquina de escribir y la dejó sobre la nieve que una tormenta había puesto en su patio trasero. Sacó un revólver de uno de los bolsillos de su bata, le disparó tres veces y luego se disparó en la sien. Era el legendario escritor y periodista Hunter S. Thompson.
No le metí un tiro a mi Olympia. Nunca he sido un hombre armado. La máquina era una extensión, ya dije, de otras armas, de mis esperanzas: un día saldrán del rodillo páginas que valgan la pena, pensaba yo mientras dejaba una cordillera de hojas arrugadas y cajetillas de Del Prado vacías que me recordaban mis sueños destruidos. Y la máquina se maquillaba de amarillo nicotina para conquistar el mundo.
Estoy viendo mi Olympia bajo los efectos de la sobrecarga alostática; emociones, veneno puro.
Ni se les ocurra escombrar, de verdad.