El cerebro de mi primo

Ciudad de México /
Al caer de la azotea, su cráneo se partió en varios pedazos; su cuerpo flaco contrastaba con una cholla inmensa. EFE

Me di cuenta de que algo terrible estaba por suceder cuando Nico dejó de recordar a la abuela. No tenía ni cinco minutos de que ella lo visitó y ya la había olvidado. Para ese momento no tenía dudas sobre el funcionamiento de su cerebro: la abuela tenía los días contados.

Hace cuatro meses mi primo Nico se cayó de la azotea. Cuando la ambulancia lo llevó al hospital creímos que no la libraría. Su cabeza rebotó contra el cemento antes que el resto de su cuerpo. El doctor informó que su cráneo se había quebrado en varios pedazos. Yo fui la única que lo vio surcar los siete metros que le separaban de la banqueta.

En cuanto salió de terapia intensiva me mudé a su lado porque quería ser testigo del momento en que despertaría. Ese cuerpo flaco contrastaba con una cholla inmensa. Pobrecito, le salieron moretones por todos lados.

Estuve ahí cuando salió del coma, también fui la primera que se dio cuenta de que algo radical había cambiado en él. Me hablaba de cosas y de gente que yo no conocía. Los primeros días pensé que deliraba. Se lo conté a la enfermera de turno quien adjudicó ese comportamiento a los medicamentos. Sin embargo, mi primo no decía disparates.

El primer descubrimiento sucedió cuando llevaba tres semanas hospitalizado y Nico me tomó de la mano para suplicarme que lo llevara urgentemente a su casa. Intenté calmarlo sin suerte.

—Recuerdo que mañana va a temblar —comentó angustiado.

Eso sí que fue un disparate.

—Nadie se acuerda de lo que va a pasar —contradije.

—Sácame de aquí por favor —repitió con miedo.

Obviamente no hice caso, hasta que tembló. El hospital tuvo que ser evacuado y Nico terminó junto con otros pacientes en el estacionamiento. No nos dejaron volver a su cuarto, porque el techo del pabellón donde se encontraba su cama se vino abajo.

Evité contar sobre aquella premonición. ¿Quién me habría creído? Decidí, en cambio, tomar con seriedad cuánto pronunció después de ese episodio. El médico recomendó que mudáramos a mi primo a otra clínica, porque su cerebro seguía muy inflamado. Nico insistió con que quería volver cuanto antes a la casa de sus recuerdos.

Tres días después, la memoria de mi primo había borrado el evento del temblor. Era evidente que la caída le había provocado un daño cerebral. Cuando le pregunté por el accidente de la azotea, él negó saber de qué le estaba hablando. Lo cuestioné entonces sobre los regalos que recibió en su último cumpleaños y me devolvió un gesto vaciado de respuestas.

Tenía intacto el lenguaje y también era capaz de reconocer a la familia. Al principio pensé que la selección de sus recuerdos era arbitraria, pero me equivoqué. La memoria de Nico tenía una lógica que era posible descifrar.

Lo entendí la vez que estábamos viendo una telenovela y Nico mencionó lo que iba a sucederle al personaje principal, dos capítulos más adelante. No fue como si hubiese deducido la trama, porque narró detalles demasiado precisos como el color del vestido de la protagonista y la marca del vehículo que utilizó para reunirse con su amante. Fui por una libreta del colegio y tomé notas. Dos días después, ocurrió en la telenovela todo lo que Nico había relatado. Más tarde, sentados de nuevo frente al televisor, viendo la misma telenovela, me hizo saber que había olvidado los capítulos previos:

—Me acuerdo de lo que va a pasar, no así de lo que ya sucedió —razonó de golpe.

Después de tres días Nico perdía la memoria de las cosas, en cambio podía contar lo que pasaría después. Por eso supo que iba a temblar y también cómo iría vestida la actriz de la telenovela, pero no podía traer al presente sus experiencias anteriores. El cerebro de mi primo almacenaba recuerdos del futuro, pero estaba negado para conservar memorias por más de setenta y dos horas.

Era como si Nico viajara sobre una carretera en un automóvil sin espejo retrovisor. Podía mirar el paisaje y las curvas que aparecían frente a sus ojos, también los vehículos que transitaban en sentido contrario; no obstante, era ignorante respecto de los tramos del camino que había dejado atrás.

Si recordaba a sus seres queridos era porque los había traído del futuro y no del pasado.

Tuve la tentación de ponerlo a prueba con la lotería y él sonrió con condescendencia:

—Para sacarnos la lotería en el presente, tendría yo que haber comprado el boleto premiado en el futuro —me explicó con una sabiduría que no correspondía a un joven de su edad.

Los mayores de la familia estaban preocupados porque la salud de Nico se estaba deteriorando. En contraste, yo me tomé a juego lo que estábamos viviendo. La cosa se puso divertida cuando me contó que en la fiesta del sábado siguiente iba yo a recibir mi primer beso.

Todo ocurrió tal cual la predicción. Apenas me sacó a bailar el compañero que me gustaba ya sabía yo cómo y en qué lugar nos besaríamos. El domingo corrí a casa de Nico para contarle. Tristemente él ya había olvidado nuestra plática anterior y, en vez de entusiasmarse con la anécdota, me pidió que evitara hacerme ilusiones porque el tipo ese tenía por costumbre besarse con quien se dejara. Al menos Nico evitó que me rompieran el corazón.

Días después ocurrió el olvido de la abuela. Un calambre en el alma me hizo entender lo que eso significaba. Si mi primo no la recordaba debía implicar que el futuro de la abuela se había agotado. El día de su velorio no la lloré porque llevaba días llorándola.

Poco después los recuerdos de Nico también se extinguieron. Entonces, los dos supimos que la familia iba de vestirse de negro otra vez. Su cerebro colapsó en silencio.


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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