Emilia Pérez: “Yo soy quien soy”

Ciudad de México /
El elenco y el director al recibir el premio a mejor película musical en los Globos de Oro. Reuters

Ya me lo habían advertido. No es posible salir ileso después de ver la película de Jacques Audiard, En busca de Emilia Pérez. Asistí al festival de Morelia a finales de octubre del año pasado acompañado de un grupo de amigos. A penas habíamos abandonado la sala y ya estábamos arrojados a una discusión grave sobre el filme. 

No solo conectamos con la trama, también nos electrizó, aunque por razones polarmente distintas. Desde aquella tarde me abdujo el debate público sobre Emilia Pérez. Casi los mismos argumentos que pusimos sobre la mesa —los buenos, los malos y los peores— los he visto crecerse conforme esta película gana aprecio en el circuito tradicional de los festivales de cine.

“¿Qué hace que una de las películas más insensatas de nuestra época provoque tal entusiasmo?”, se preguntó Jorge Volpi en un texto publicado por el periódico El País.

En boca de los defensores de Audiard, esta interrogante podría invertirse: “¿Qué hace que una de las películas más interesantes de nuestra época provoque tanto enojo?”  

La crítica más severa destaca dos argumentos: uno relacionado con el presunto odio del filme hacia las personas trans y el supuesto desprecio hacia la tragedia que implica la desaparición masiva de personas en México.

La diatriba más virulenta que he leído contra Emilia Pérez lleva la firma del filósofo Paul B. Preciado y fue publicada por el diario francés Liberation. En ella se reclama a Audiard por haber utilizado el cuerpo de una persona trans para plantar un parque de atracciones: “un palimpsesto de ruinas semióticas coloniales… tan previsible como anacrónico… amalgama polisémica cargada de racismo y transfobia, exotismo anti latino y binarismo melodramático”.

Muy cerca de Preciado se ubica Volpi, quien acusa al mismo director de haber encarnado “los más torpes prejuicios en torno a la transición de género”.

Hay algo en lo que ambos tienen razón: Audiard se sirvió de un personaje trans para construir una metáfora revulsiva, la cual, al parecer, logró conectar masivamente con la experiencia vital de quiénes, sin ser Emilia Pérez, reconocen en ella un espejo donde reflejar rasgos propios. 

Este mecanismo ficcioso no está exento de prejuicios y puede ser calificado de parque de atracciones. Con todo, es difícil negar que Emilia provoca un huracán de empatía y, por tanto —sin estigmatizar o tratar de estúpidas a las personas que han abrazado la película— cabe preguntarse por las razones menos obvias de este fenómeno. 

Al respecto Karla Sofía Gascón, la actriz que interpreta a Emilia Pérez, expresó una frase importante durante la entrega de los Globos de Oro: “Yo soy quien soy, no quién tú quieras”.

Entrevistada después por Infobae sobre el sentido de estas palabras, ella profundizó: “lo que significa esta película para mí, (es) que todos nosotros somos lo que somos y no lo que los demás quieren que seamos, y que no podemos seguir dejando que los demás decidan sobre nuestros cuerpos, sobre lo que tenemos que hacer con ellos”.

Gascón refutó así la sentencia de Preciado cuando la llamó “parque de atracciones”. Resulta difícil negar que ella decidió, con plena consciencia, actuar para este filme. No solo fue Audiard quien la eligió para que interpretara a Emilia, ella, siendo quién es, abrazó este rol, ciertamente revulsivo y, a la vez, entrañable. 

La otra crítica importante tiene como cuna a México. En ningún país ha recibido tanto rechazo esta película como en el nuestro. Aún sin estrenarse abundan las descalificaciones por haber realizado una cinta que habla de México seleccionando un elenco de cuatro mujeres de entre las cuales solo una es mexicana (Adriana Paz). 

“Nada de nosotros, sin nosotros,” es una expresión surgida hace casi quinientos años que ha reencarnado con fuerza para abordar los dilemas de nuestra época. 

Si en el caso de Emilia, al menos Gascón interpreta el rol de una persona trans, ¿por qué Audiard no optó por una mexicana para que actuara como la esposa de El Manitas y en vez de ello propuso a la famosa cantante Selena Gómez cuya destreza con la lengua mexicana es deficiente.  

Agrede también una exhibición de la corrupción mexicana que resulta muy incómoda cuando se proyecta magnificada contra la pantalla. De ahí que el relato se haya querido descalificar adjetivándolo como “narcomusical”.

Ambos argumentos obligan a preguntarse si Emilia Pérez, como metáfora cinematográfica, es exclusivamente mexicana. De serlo, ¿por qué despertó interés más allá de las fronteras de nuestro país como ninguna narcoserie, narconovela, narcocorrido o narcopelícula habían conseguido? 

Acusan a Audiard de cometer una irresponsable osadía por no haber investigado suficientemente la realidad mexicana. Opongo a estos razonamientos que la historia pudo haberse ubicado en otras coordenadas del globo sin alterar gravemente la trama. El Manitas pudo ser ruso, turco, colombiano, francés o italiano y la metáfora de la mutación del personaje se habría sostenido con el mismo resultado. 

Emilia Pérez es una película que se sitúa en México, pero, en lo que toca a la experiencia que para ella significó el cambio de sexo, la cinta no es mexicana. 

Me hago cargo de que la mayor indignación la provoca el tratamiento que Audiard da al tema de las personas desaparecidas. No es creíble, dice Volpi, que el cambio de género de Emilia venga acompañado “de una transformación de consciencia”. En esto tiene de nuevo razón: la vuelta de tuerca es inverosímil. 

Y, sin embargo, ésta es la pieza central de todo el filme: la remota posibilidad de que los criminales que hoy están desapareciendo seres humanos pudieran mutar para convertirse en la solución al reclamo de las madres buscadoras.

Aquí Audiard no inventó el hilo negro; son ellas las primeras en suplicar a los victimarios que les ayuden a dar con sus víctimas. 

¿Podría tal cosa ocurrir sin un cambio radical de consciencia? Lo inverosímil es suponer que un milagro así pudiera tener lugar. Emilia Pérez es un personaje que plantea esa imposibilidad y por eso su historia es improbable, no tanto porque una cirugía le haya cambiado la consciencia, sino porque la realidad se impone a cualquier tipo de cirugía. 

¿Por qué Emilia Pérez ha desatado un debate tan electrizado? De una cosa estoy completamente seguro:  para responderse, cada cual, cargando su propia subjetividad, tendrá que entrar en la oscura intimidad de una sala de cine.


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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