Como bien dice Jorge Fernández Menéndez, somos amigos, somos colegas y compartimos una fraterna conversación personal y profesional en muchos espacios. Nada de esto ha perjudicado los debates sobre los temas que nos apartan.
Uno de esos expedientes controversiales de nuestra relación es el del caso Ayotzinapa; el otro, el caso Wallace.
En un artículo reciente, Jorge califica mis argumentos sobre este último sin haber leído el libro Fabricación, dedicado al tema. En el mismo sentido, interpreta el contenido de una sentencia de la Corte sin haberla hojeado.
Estos casos no pueden ser valorados a partir de un sentimiento o una sensación. Uno no se siente a favor o en contra de ellos, como si se tratara de un equipo de futbol.
Los argumentos jurídicos se razonan, se prueban o se desechan y solo después de eso topa uno con verdades jurídicas estables en el tiempo.
En una entrevista con Gabriela Warkentin, a la que Jorge hace mención, ella refirió —y yo coincidí— en la sorpresa provocada por el silencio que guardaron las primeras planas de los periódicos nacionales, a excepción de MILENIO, respecto de la sentencia de la SCJN que entregó la libertad a Juana Hilda González Lomelí.
A nadie falté al respeto con esta opinión, lo que hice fue consignar en voz alta un hecho evidente.
Hablando de los silencios “respetuosos” o de su opuesto, cabe precisar que la discusión en la primera sala de la Corte no fue a propósito de la biografía de Isabel Miranda, sino sobre la inocencia de otra mujer que pidió ser amparada por la justicia.
Tanto la sentencia como el libro argumentan que la confesión de Juana Hilda nunca debió haber sido tomada en consideración. Aquí no hubo protocolo “confuso” de Estambul, sino una declaración autoinculpatoria obtenida ilegalmente.
Juana Hilda fue liberada porque la Corte no halló otras pruebas genuinas de su culpabilidad. ¿Cómo afirmar entonces que “no es inocente”?
No existe una hipotética discusión filosófica con ministros o ex ministros, sino la aplicación del principio de presunción de inocencia, vigente en el derecho mexicano desde antes de que esos jueces hubiesen siquiera nacido.
Zoom: Hay evidencia robusta que ubica vivo a Hugo Alberto León Miranda dos años después de su misteriosa desaparición. No puedo decir lo mismo de la señora Miranda, pero, como en el primer caso, sé que las mentiras no suelen vivir por mucho tiempo.