Juana Hilda González Lomelí estuvo a punto de perder la vida el jueves 9 de febrero de 2006. Viajaba en un vehículo de la entonces Agencia Federal de Investigación (AFI) cuando fue embestida por una camioneta que ella describe como de panadero. El piloto de ese transporte, el comandante Martí, perdió la vida en el accidente.
Asegura Juana Hilda que ese día entendió que querían matarla. Horas antes, los funcionarios de la Procuraduría habían obtenido de ella una declaración autoinculpatoria y, por tanto, ya no la necesitaban.
Torturada psicológicamente, confesó haber participado en el supuesto secuestro de Hugo Alberto León Miranda, alias Wallace Miranda. Con ello, su participación en este caso se volvió irrelevante. Si lograban eliminarla, los autores de la fabricación de un crimen que nunca sucedió podrían utilizar su confesión sin que ella les estorbara intentando desmentirla.
De eso se convenció cuando, en vez de trasladarla al hospital, como al resto de los agentes heridos, a ella la volvieron a encerrar, y para que fuera medicada le exigieron que firmara un documento eximiendo de responsabilidad a sus captores.
Han transcurrido diecinueve años desde aquel episodio y ayer por fin Juana Hilda logró que se hiciera justicia. La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) desechó esa confesión porque fue obtenida mediante tortura. El proyecto presentado por el ministro Alfredo Gutiérrez Ortiz Mena no dejó lugar para ambigüedades.
La decisión de las ministras y los ministros fue aún más lejos: ordenaron que fuesen perseguidos los responsables de la tortura. Se hace referencia explícita a los funcionarios, pero no excluye a quienes hayan violado derechos, aun si no trabajaban para el Estado.
Hace un par de días, la Fiscalía General de la República (FGR) pidió a la Corte que se aplazara esta audiencia. Argumentó que una supuesta zozobra del máximo tribunal impedía el análisis del proyecto.
La majadería de la FGR es extraordinaria. Si alguna dependencia tuviese que rendir cuentas por la fabricación del caso Wallace es ésta. Sobre todo, porque dentro de sus oficinas aún trabajan varios de los perpetradores más connotados.
Zoom: La SCJN se despide con esta sentencia ejemplar. Resume dónde están las fallas de la justicia, apunta hacia las verdaderas víctimas y subraya cuál era el papel que solían jugar las y los ministros antes de ser defenestrados.