Keren Ordóñez regresó a casa de sus padres el pasado miércoles 16 de abril. Pasó nueve años en prisión, acusada por un delito que no cometió. Además de su madre, la recibió su hija Ashley. Meses antes, cuando todavía estaba encerrada en una prisión de Tlaxcala, la niña compartió con Keren su principal deseo: que un día pudiera peinarla sin prisas.
Ashley nació en noviembre de 2015. El parto no fue sencillo porque a la joven madre le subió la presión arterial y el médico decidió practicarle una cesárea. Excepto por un par de ocasiones que debió regresar a la clínica, Keren y Ashley permanecieron en cuarentena en la casa de los abuelos.
Fernando no había cumplido los 17 cuando se enteró de que sería padre. No pudo con la responsabilidad y se apartó hasta que, un mes después del nacimiento, Keren lo llamó para pedirle que la ayudara a comprar pañales y alimento.
El muchacho citó a Keren en una casa donde, según le dijo, estaba trabajando como vigilante. Ella caminó a paso lento hasta ese domicilio, porque aún no le había sanado la rajada en el vientre y también porque quería que Fernando conociera a su hija.
Se encontraron en la banqueta. Recuerda que estaba mostrando el rostro de Ashley cuando los rodearon varias patrullas y mucha gente armada.
“Fue el momento que cambió mi vida”, afirma con un hilo de voz. Esa gente cubrió el rostro de Keren y le arrebató a la niña. La subieron sola en un vehículo oficial y la trasladaron a una casa de arraigo ubicada en el centro de Xalapa.
Ahí volvieron a prestarle a su hija para que la amamantara, porque Ashley no paraba de llorar. Luego cubrieron otra vez su rostro.
Más tarde la trasladaron a Huamantla, en el estado de Tlaxcala. Es en esa población donde se enteró de que tanto ella como Ashley estaban siendo acusadas de formar parte de una banda de secuestradores. Por increíble que parezca, tal cosa fue registrada en el certificado médico de ingreso.
Apartada del mundo conocido, Keren experimentó tortura física y también sicológica. Narra que por los golpes que recibió en el vientre, reventaron los puntos de la cirugía obstétrica. Testifica también haber sufrido manotazos contra sus pechos cargados de leche:
“A la fecha, uno de mis senos lo tengo muy inflamado, llevo muchos años así y pues ahora que estoy fuera tengo que hacerme unos estudios”.
Keren dice que lo peor fue la tortura emocional. Quiso morirse cuando uno de esos policías apuntó con una pistola contra la cabeza de la bebé, que apenas tenía un mes de vida.
Principalmente la amenazaron con que, si se negaba a confesar su participación en el crimen, harían que Ashley desapareciera. Añadieron que tal cosa sería tarea sencilla dado que, para ese entonces, la niña no había sido aún registrada.
Ante tan tremenda presión, Keren firmó la confesión exigida sin haber previamente leído el documento. Entonces la trasladaron a una prisión cerca de la capital tlaxcalteca. Los bebés nacidos ahí dentro tenían derecho a permanecer los primeros años de vida con sus madres; sin embargo, Ashley no tuvo la misma suerte porque Keren dio a luz fuera de esa instalación, así que los mismos policías que antes le apuntaron se la llevaron lejos de la madre.
Doña Siria, la abuela de Ashley, tardó 15 días en dar con ella. La bebé fue depositada en una estancia del DIF. “Si no hubiera sido por mi mamá, no sé qué habría sido de nosotras”.
La situación económica de la familia siempre ha sido precaria. Con todo, doña Siria consiguió contratar a unos abogados radicados en Calpulalpan. Al final solo le vieron la cara y la situación legal quedó en manos de la defensoría pública, que no hizo bien su trabajo.
Transcurrió más de año y medio sin que Keren fuera llamada para visitar al juez. Obviamente no ratificó la confesión obtenida mediante coacción. Además, logró que se le practicara un protocolo de Estambul que confirmaría la amarga experiencia vivida antes.
Keren no niega la posibilidad de un secuestro y tampoco la existencia de la víctima que presuntamente estaba privada de la libertad en la casa custodiada por Fernando, el padre de su hija. Sin embargo, afirma enfáticamente que ella nada tuvo que ver con esa situación.
“Resulta absurdo que mientras me estaba recuperando de la cesárea, padeciendo una lentísima cicatrización, hubiese yo estado involucrada en algo así”.
Fernando salió libre antes de que se cumplieran dos años desde la detención. Como era menor de edad cuando sucedieron los hechos, le dieron cuatro años de cárcel que al final se redujeron a la mitad.
En cambio, Keren, que tenía 19 el día de la aprehensión, fue sentenciada a 50 años tras las rejas. El juez que la condenó no consideró las torturas y tampoco la violencia que se ejerció contra ella por su doble condición de madre y mujer.
Ella apeló, pero otro juez que revisó su caso ratificó la pena de medio siglo tras las rejas.
El tiempo encarcelado comenzó a abultarse mientras las vistitas de Ashley se iban espaciando. A pesar de que doña Siria hizo todo cuanto pudo para que su nieta pasara ratos con Keren, la distancia que hay entre Xalapa y Tlaxcala y también la escasez de dinero hicieron difícil mantener la frecuencia.
Un día doña Siria escuchó hablar del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro. Tomó el teléfono y consiguió una cita. Fueron los formidables abogados de ese generoso lugar quienes lograron el milagro. Llevaron el asunto a una instancia más arriba dentro del escalafón judicial y consiguieron que un tribunal colegiado escuchara por fin los argumentos:
A la postre, la magistrada Mary Cruz Cortés Ornelas concluyó que Keren es inocente, que la confesión no fue una prueba válida, que la vulnerabilidad económica la había privado de una defensa adecuada, que la justicia no consideró sus circunstancias como madre y mujer y también que la supuesta víctima del secuestro jamás se presentó a ratificar su acusación.
Keren no ha cumplido aún los 30 y quiere con todas sus fuerzas comenzar de nuevo. No volverá a perderse un minuto de la vida de Ashley y cada noche se tarda en peinarle el pelo. Dice que después de esta experiencia quiere estudiar derecho, porque dentro del reclusorio descubrió que al menos la mitad de sus compañeras viven encerradas por una injusticia similar a la suya.