El nazi de Siria

Ciudad de México /

Y no me refiero a Bashar al-Assad. Las víctimas que hoy vemos saliendo locas, cadavéricas, con el alma muerta y los cuerpos mutilados de las oscuridades de la terrible prisión de Saydnaya, la reservada para los opositores del régimen, son el producto de un personaje demoniaco que Hafez al-Assad, el padre de Bashar y fundador de la dinastía, llevó en 1954 a Siria justo para construir prisiones dantescas, entrenar a sus soldados como máquinas impávidas de matar y desarrollar técnicas ejemplares de castigo, tortura y aniquilamiento de sus enemigos.

El hombre en cuestión se llamó Alois Brunner, y sus habilidades particulares las desarrolló durante sus años como capitán principal del aparato de seguridad de Hitler, mejor conocido como SS. Fue instrumental organizando la captura y traslado de los judíos a los campos de exterminio al mando de Adolf Eichmann, el mismo que fue secuestrado por el Mossad, llevado a Israel y juzgado frente a los ojos de Hanna Arendt, cuyo recuento nos entregó esa magnífica crónica que debía ser lectura obligada en las secundarias: Eichmann en Jerusalén. Brunner, cuyos buenos oficios llevaron a su muerte a más de 130 mil judíos —su encomienda final fue cazar a los niños que, habiendo huido de los ghettos centroeuropeos, vivían escondidos bajo otras identidades en orfelinatos católicos franceses—, era llamado siempre que alguno de los campos se retrasaba en cumplir su cuota de muertos.

Al caer el Tercer Reich desapareció del mapa hasta 1953, cuando llegó a Egipto con un pasaporte que lo identificaba como Georg Fischer. Allí pasó un año, vendiendo armamento en el mercado negro, hasta que aceptó la oferta de al-Assad padre. Así escapó de manera definitiva de la justicia de Nuremberg y siguió en lo que mejor sabía hacer: causando muerte y dolor. En una entrevista que le dio a un diario alemán en 1985, cuando le preguntaron que si se arrepentía de sus acciones durante la guerra, dijo que sí: que se arrepentía de no haber matado a más judíos.

Aunque sobrevivió dos paquetes bomba enviados desde Israel a su domicilio en Damasco en 1961 y 1980, mismos que lo dejaron sin un ojo y con tres o cuatro dedos menos, los Assad negaron una y otra vez la presencia de Brunner en sus dominios. Por ende, los detalles de su estancia allí son inciertos. Sabemos que el centro Simon Wiesenthal lo eliminó de sus listas en la primavera del 2014, luego de que tres guardias del servicio secreto sirio le reportaran a Hedi Aouidj y Mathieu Palain, del semanario francés Revue XXI, que su muerte había ocurrido en algún punto después del 2010, a sus 89 años, en las peores condiciones: el alemán tendría más de una década languideciendo hambreado, solo y sucio, lloriqueando su suerte, en el sótano de su casa en Damasco luego de caer, por razones desconocidas, de la gracia de la familia Assad. Primero fue confinado a mera prisión domiciliaria, pero cuando Bashar se hizo del poder en el verano del 2000, al morir su padre, el nazi fue refundido al sótano y, al cerrarse esa puerta, Alois Brunner jamás volvió a ver la luz del sol. 


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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