El padre Cabrera

Ciudad de México /

En 2006 Marcial Maciel fue enviado a “una vida de oración y penitencia”. Para no matar a la orden de los huevos de oro el Vaticano tuvo a bien no revelar sus crímenes, que ellos llamaron pecados: la violación repetida de sus seminaristas, adicción a los opiáceos y relaciones con al menos dos mujeres con las cuales tuvo hijos que también violentó sexualmente.

Lo que debió haber sido un periodo de expiación —en realidad debió haber sido la cárcel— fue un paseo por Europa en compañía de su mujer e hija favoritas, escoltado y atendido por la plana mayor de la orden, aunque completamente aislado del resto de su grey, que lo juraba retirado y en oración. Esos mismos directivos no tuvieron el menor empacho en loarlo hasta la náusea cuando murió, ofreciendo misas solemnes en su honor y describiéndolo en sus últimos días como en olor de santidad.

De ese periplo europeo recuerdo una foto: de derecha a izquierda está Marcelino de Andrés, recién acusado de violar a un puñado de niñas de entre 6 y 8 años en el colegio Highlands de Madrid; luego Normita, con su papá Maciel a su lado, y después su madre, Norma Baños. Finalmente está Antonio Cabrera. Todos se ven sonrientes, relajados y felices.

Cabrera fue uno de los primeros reclutas españoles de Maciel. Años después, ya en México, el fundador le habría pedido acercarse a una familia adinerada al fallecer el abuelo; el fundador le asignaba a toda persona con poder o riqueza a un incondicional para casar a los hijos, bautizar a los nietos y bendecir cumpleaños y celebraciones, aunque la labor real fuera lubricar el tráfico de influencias y de dinero para la Legión. Y nunca hay mejor momento para todo esto que cuando hay un duelo.

Cabrera se convirtió en un querido amigo de la familia y, según declaraciones, abusó repetidamente del hijo pequeño en su propia casa; la primera vez a sus ocho años, en el cumpleaños de la abuela, en mayo de 2004. Otra fue en la boda del hermano, en abril de 2007, y después en la Navidad de 2011. En todas esas ocasiones el cura posó muy sonriente para las fotos.

Poco después el muchacho, deprimido y ansioso, entró a terapia. Su médico descubrió el trauma y en 2017 la madre lo reportó de manera privada a la orden, donde le dijeron que no se preocupara, que seguro era un caso aislado. Puso entonces una queja ante el tribunal eclesiástico que, como suele suceder, quedó en veremos. Mientras, Cabrera no sólo nunca fue censurado por la Legión, sino que fue nombrado directivo y catedrático de bioética en la Anáhuac, la universidad insigne de la orden.

Quizá por eso decidieron poner una denuncia ante la fiscalía mexicana y, el jueves pasado, el perpetrador fue arrestado y enviado al penal sin fianza. Parece que el rebaño de Nuestro Padre ya no tiene el músculo suficiente para aplastar o callar a sus víctimas, como ha hecho a lo largo y ancho de su historia. Lo que falta ver es si sus encubridores en la alta sociedad mexicana se darán, finalmente, por enterados de la podredumbre institucional de la institución, o si les basta con esconder las fotos de Maciel que hasta hace poco lucían orgullosos en el mejor rincón de sus salones. 


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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