La gran simulación

Ciudad de México /

Entre las pocas cosas que quedaron claras luego de la jornada del domingo es que Morena resucitó sin la menor vergüenza las peores prácticas electorales del viejo PRI: en Tlalpan los acarreados enviaban fotos de sus dedos entintados en espera de recibir la remuneración prometida. En Veracruz coches incendiados impedían que llegaran a sus puestos los representantes de casilla. En Chiapas encapuchados robaron 130 mil boletas con destino desconocido, y en Puebla otros se llevaron cerca de 500 más para devolverlas, muy cortésmente, ya marcadas.

Desde meses antes la aplanadora del Estado operó para empujar a sus candidatos. Y no fue la primera vez: ya en las elecciones intermedias de 2021, en Chilpancingo, los Siervos de la Nación fueron grabados advirtiendo que, si no se votaba a favor de Morena, las ayudas del gobierno podrían esfumarse: “Por eso queremos ganar la diputación federal”, le dijo Selene Álvarez, la coordinadora territorial, a una pasmada familia indígena de la región de La Montaña.

Cuando, hace una o dos semanas, el gobierno le otorgó al SNTE 36 mil millones de pesos para aumentar sus sueldos, sus líderes se comprometieron a que sus cerca de 2 millones 500 mil maestros saldrían a votar. En Nuevo León, el gobernador Samuel “el Esquirol” García se ocupó de llamar a los empleados estatales a una sesión de capacitación obligatoria, donde cuadros del partido naranja les dieron su acordeón. Como ominosa cereza en el pastel, al arranque de la jornada electoral, en el salón de sesiones de lo que queda del INE, fueron invitados a sentarse entre los consejeros un par de mandos militares.

A pesar de todo lo anterior, Sheinbaum se afanó glosando que, al poder elegir a nuestros jueces, los mexicanos nos habíamos convertido en el país más democrático del mundo. Como si no hubiera elecciones universales en las peores dictaduras —Cuba, Nicaragua, Rusia, Corea del Norte—, o como si votar por los jueces fuera a incidir en la corrupción o la falta de ella en los juzgados. La realidad es que, al margen del delirio sufragista, el gobierno no ha hecho esfuerzo alguno por enfrentar los enormes problemas de la impartición de justicia en México, como tampoco se ocupó en su momento de resolver unas irregularidades jamás especificadas antes de reventar el AICM, o de voltear de cabeza el abasto de medicamentos, ni de acabar con el huachicol al culparlo de una crisis de gasolinas manufacturada desde su ineptitud, ni de limpiar las policías locales al sustituirlas por una militarizada y centralizada, impune por diseño.

Ya debía quedarnos claro que, como en los ejemplos anteriores, la intención de la T4 al cacarear su desairado cochinero del domingo no es el bienestar de los ciudadanos, ni la democracia, ni menos la justicia. Su intención es, al controlar de cabo a rabo el proceso electoral, dominar a través de él a los jueces elegidos. Y, con ellos, a la Justicia toda.

Lo lograron mientras los mexicanos dormían felices el sueño de los moralmente superiores. De aquí en adelante, la prioridad del régimen ya no será ser una democracia, sino sólo parecerlo. Ojalá el país se tarde menos de otros 70 años en darse cuenta.


  • Roberta Garza
  • Es psicóloga, fue maestra de Literatura en el Instituto Tecnológico de Monterrey y editora en jefe del grupo Milenio (Milenio Monterrey y Milenio Semanal). Fundó la revista Replicante y ha colaborado con diversos artículos periodísticos en la revista Nexos y Milenio Diario con su columna Artículo mortis
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