Admirables esfuerzos individuales de nuestros deportistas

Ciudad de México /

Los Juegos Olímpicos son el portentoso escenario en el que las naciones sacan pecho y cacarean sus victorias.

Un tema de galopante orgullo patrio, recompensado con refulgentes preseas e himnos nacionales que resuenan solemnemente en los momentos de las premiaciones.

Echas un vistazo al medallero y en la parte de arriba figuran infaltablemente los países más poderosos del planeta: China, hasta ayer, a la cabeza en lo que toca al oro olímpico, con 39 condecoraciones doradas, sacándole a Estados Unidos una ventaja mínima de una unidad.

Este escribidor no entiende del todo por qué el oro cuenta más que el total de medallas, siendo que nuestros vecinos del norte habían obtenido 122 preseas mientras que los competidores del antiguo Imperio del Medio habían cosechado 90.

¿La salud global del deporte en una nación no se ve reflejada, de manera mucho más justa y puntal, gracias al número general alcanzado en vez de que figuren, en exclusiva, los primeros lugares para otorgar el puntaje en la tabla de posiciones?

En todo caso, lo que parece estar en juego es el prestigio de todo un pueblo. En los primeros días de la gran competición, Francia ocupaba el tercer puesto y eso era una gloriosa gesta para la nación gala. Imaginen ustedes, estar solamente por debajo de los dos gigantes planetarios, de nadie más.

Las cosas han cambiado, sin embargo: Francia, ayer, ya no era la tercera nación sino la quinta. Se apareció Australia en el ruedo, con 18 preseas doradas. Y, luego, Japón, con el mismo número de oros pero con un total más reducido, 43 medallas en oposición a las 50 conseguidas por la nación Down Under.

Son, para nosotros, números inalcanzables y, precisamente por ello, materia prima para la autodenigración y el ninguneo. Lo curioso es que las escasas medallas que obtienen los competidores mexicanos se vuelven de inmediato ocasión de encendidas retóricas patrioteras y celebraciones tan descomedidas como ridículas.

Lo que ocurre es que no somos un país particularmente organizado, por decirlo de alguna manera, y que padecemos la gran plaga del adanismo, entendido este término como el irrefrenable impulso que tiene cada politicastro de marcar con una huella indeleble su gestión al frente de cualquier organismo, comenzando todo de cero nuevamente, en detrimento directo de la continuidad.

El encargado que llega a un puesto lo primero que hace es borrar el más mínimo vestigio de lo que haya podido lograr su antecesor, en una postura absolutamente personal y patrimonialista de lo que es administrar la cosa pública.

Si algo necesita el deporte es contar con políticas y estrategias de largo plazo, aparte de sensatez y modestia de los directivos.

Justamente, los logros de nuestros deportistas son por ello mismo absolutamente admirables en tanto que resultan de enormes esfuerzos individuales y de ir todo el tiempo a contracorriente del entorno.

Hay que celebrarlos, desde luego, pero, por favor, que nadie se cuelgue las medallas que no le corresponden.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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