En el momento en que este escribidor garrapatea las líneas que están ustedes leyendo, China lleva 16 medallas de oro y figura en el primer lugar de los Juegos Olímpicos de París 2024, pero está debajo de los Estados Unidos en el total de presas, con 37 en oposición a las 61 que ha obtenido la delegación norteamericana.
En los tiempos del comunismo real, los países del bloque socialista se esforzaban enormemente en que sus atletas conquistaran medallas en las grandes competiciones internacionales. Era propaganda pura para aquellos regímenes, una manera de mostrarle al mundo que iban por el camino correcto y que sus sociedades habían cosechado grandes logros, así fuere que en las estanterías de las tiendas faltaran artículos o que la atención a las personas en el sector de los servicios fuera ostensiblemente miserable.
La antigua República Democrática Alemana –que de democrática no tenía nada porque no se celebraban elecciones abiertas entre competidores de diferentes fuerzas políticas sino que se simulaban comicios nada más entre los adherentes al oficialismo— había instaurado todo un sistema de acondicionamiento hormonal para que sus nadadoras y sus participantes en las pruebas de atletismo dominaran a las demás mujeres (hablando, miren ustedes, del episodio que tuvo lugar, en estos Juegos, entre la boxeadora de Argelia y la otra, la italiana que se retiró del combate luego de recibir un par de mazazos, sospechosa la primera de no haber nacido mujer biológica sino hombre hecho y derecho, aunque el asunto parece ser más bien una cuestión genética, algo hormonal, justamente).
Hoy, la suprema batalla por las preseas la protagonizan –no podría ser de otra manera— las dos grandes potencias mundiales. La República Popular China está a punto de comerle el mandado a Estados Unidos de América en el apartado económico. Hay que reconocerle al que fuera el Imperio del Medio el admirable salto a la modernidad que ha impulsado: decenas y decenas de ciudades tienen una infraestructura absolutamente asombrosa, millones de habitantes han salido de la pobreza, los autos que se fabrican en la gigantesca nación no le piden ya nada a los mejores europeos, los avances tecnológicos han llevado a que China ocupe un importantísimo lugar en el sector electrónico, en fin, está surgiendo un auténtico coloso en el escenario mundial.
Esta grandeza no podía quedarse así nada más, sin ser certificada. Pues, justamente, los Juegos Olímpicos son ahora el gran escaparate de los chinos, el escenario al que llegan pisando fuerte y con el declarado propósito de demostrar que están por arriba de todos los demás, incluyendo a la potencia imperial que ha marcado el compás en los últimos tiempos.
Duelo de titanes, pues sí.