Un fin de semana para dar gusto a todos los aficionados: el Canelo se enfrentó a un rival de muchos tamaños; mis Chivitas se plantaron en la cancha para disputarle puntos a su archirrival, el odioso América (aunque seguido por una gran mayoría de los estadounimexicanos que disfrutan del balompié, según decretan algunas encuestas); y, finalmente, Checo Pérez parece haber recuperado sus facultades (estamos hablando de un extraordinario piloto, más allá de las sesgadas apreciaciones de sus detractores) en una pista que le acomoda muy bien.
Como suele aclararles a ustedes este escribidor, ninguno de estos magnos acontecimientos ha ocurrido todavía en el momento en que garrapatea las líneas del artículo pero, miren, el tema no es realmente el desenlace de cada una de estas pruebas sino la postura de tantos y tantos aficionados delante de figuras como el referido Canelo o el propio Checo, por no hablar de la animadversión que nos despiertan los de Coapa a millones de otros habitantes del territorio patrio.
Habitamos un país dividido, escenario de enfrentamientos y desacuerdos, eso ya lo sabemos. En la arena política, una gran facción se opone a las fuerzas minoritarias de la oposición y las diferencias entre unos y otros han llegado a distanciar inclusive a los miembros de una misma familia o a amigos de toda la vida.
Pero, qué caray, Sergio Pérez no es enemigo ni adversario de nadie como para merecer las destempladas críticas y denuestos que le lanza tanta gente. Tampoco Saúl Álvarez ha levantado su voz para desafiar a la mitad de la población, ni mucho menos. En lo que toca al América, ahí es cierto que se asemeja más a una organización política, con todo y sus colores, porque los clubes de fútbol son instituciones deportivas –ya no individuos particulares— y cada uno de ellos cuenta con toda una masa de seguidores, algunos más fanatizados que los demás pero todos ellos tan leales como el adepto a una causa ciudadana.
De los americanistas podemos decir, justamente, que se vuelven insufribles cuando ganan pero casi lo mismo acontece con todos los demás equipos. Es meramente un asunto de simpatías y yo en lo personal creo conectarme con mis correligionarios, los partidarios de las Chivas, cuando suelto mis arremetidas contra los azulcremas. No pasa de ahí la cosa, por fortuna, y no es un tema de verdadera crispación sino de jocoso desenfado.
Los que sí resultan muy curiosos son los ataques dirigidos a personajes como los citados Checo y Canelo. Muchas personas los descalifican restándoles cualidades como si no hubieran llegado a donde están por méritos propios sino beneficiándose de quién sabe qué ventajas y prebendas. Del gran boxeador se dice que le ponen rivales a modo para que pueda vencerlos sin mayores esfuerzos y al talentoso piloto le endilgan que el apoyo del hombre más rico de México es lo que explica que compita en la F1.
Somos extraños los mexicanos: por un lado celebramos desmesuradamente algunos triunfos y por el otro ninguneamos a nuestros triunfadores.
Y, bueno, volviendo a lo del América, el día que consiga cinco victorias seguidas, digamos, contra el Real Madrid, ahí sí que nos volvemos odiosos todos los demás. Pues eso, oigan.