Cuando a este escribidor se le ocurre hablar de las ayudas arbitrales que benefician al Club de Futbol América S.A. de C.V –así sea de refilón—, la caen encima andanadas de invectivas y reprobaciones por cortesía de la cofradía americanista.
Lo que llama la atención es la ferocidad de esa gente, sobre todo después de que el referido redactor haya declarado públicamente su adhesión a la causa de las entrañables Chivitas, el enemigo jurado de los de Coapa.
Pareciera que el tema de las simpatías futbolísticas no es eso y nada más –mera afición— sino algo que exige una declarada combatividad, por no hablar de recurrir a la violencia (ya los hemos padecido, a los brutos, en los estadios y sus inmediaciones) y de agredir abiertamente al seguidor del equipo contrario.
Esta intolerancia es muy inquietante, señoras y señores, venga de donde venga (Rayados, Atlas, Chivas, Santos o el que sea) porque de lo que estamos hablando es de la presencia del prójimo –personas como uno, merecedoras de mínimas templanzas y un trato urbano— en lo que tendría que ser un espacio común, una casa compartida con civilidad por todos, y no un campo de batalla.
Las mentadas redes sociales y la comunicación facilitada por la omnipresente Internet han abierto la puerta a los sujetos más pendencieros y ofensivos. Algún tiempo atrás, para publicar un mensaje en un diario tenías que teclearlo con ciertos cuidados en una máquina de escribir, y el jefe de redacción de las páginas reservadas a la opinión de los lectores ejercía la facultad de no ponerlo junto a los demás correos si le parecía demasiado soez o simplemente necio.
Hoy, los más ignorantes se solazan en divulgar brusquedades e insultos apuntados con flagrantes faltas de ortografía, sin el menor pudor de exhibir su calamitosa falta de instrucción, y la tribuna que les facilitan los medios –so pena de ser acusados de reprimir la libertad de expresión o de ejercer con infamante arbitrariedad la “censura”— es el territorio ideal para desahogar su rabia y desplegar su resentimiento.
El descomedimiento no es nada más prerrogativa de los aficionados del América, hay que decirlo: es una práctica que ha sobrepasado con mucho los comentarios y burlas de una sobremesa –tengo amigos americanistas con los que departo alegre y despreocupadamente en incontables ocasiones— para volverse una auténtica amenaza para la gente que acude a los estadios y los propios aficionados: ¿cómo está eso de que los seguidores del club contrario, en ciertos partidos decisivos, tienen que estar confinados en una zona apartada y, encima, que necesitan protección policiaca para no ser atacados por los locales?
Más extraña todavía es la complicidad de algunos directivos con los salvajes integrantes de las llamadas “barras bravas”. ¿Le aportan algo a los colores de un club esos trogloditas?
Hay dudas, en estos momentos, acerca de la aplicación del control Fan ID para que los violentos no lleguen ya a las tribunas. Más allá de la violencia en los correos y mensajes del universo virtual, la barbarie real en el mundo futbolístico necesita ser totalmente neutralizada.
Las familias y la gente de bien tienen que poder disfrutar, en toda paz, los partidos de cada fin de semana. Tan sencillo y evidente como eso.