Se cumplen cinco años de que los señores barones del balompié mexicano decidieran, por sus pistolas, que los equipos de su propiedad no debieran en momento alguno afrontar las durezas de patear el balón en canchas de segunda división, así fuere que la hubieren bautizado como categoría de “ascenso”, de “expansión” –o de lo que fuere— para disfrazar, con eufemismos sacados de la manga, el hecho incontestable de que en las competiciones deportivas hay clases, sí señor.
Como en los aviones, o sea: clase “turista”, y luego la Business y, en algunas líneas de relumbrón, una mentada Primera que te cuesta un ojo de la cara porque duermes en una cama perfectamente horizontal, te sirven champán para rebajarte la ansiedad del viaje trasatlántico y los de la tripulación de cabina te atienden con sonrisas auténticas, no forzadas, porque ya sabemos de lo poderosa que es la fascinación por el dinero ajeno.
Es cierto que el terminajo “turista” en las aerolíneas es también deliberadamente engañoso, de la misma manera como, en la lengua del amo imperial, es falaz la categoría “coach”. Pero bueno, entendámoslo, estos calificativos fueron acuñados para que los sufridos viajeros no se sientan segundones.
Donde las cosas son como son es en los trenes de Europa, miren ustedes: los vagones exhiben junto a las compuertas unos números de incontestable evidencia, un gran 2 para que por ahí se metan los pasajeros que recorren en segunda clase las comarcas continentales y un 1 de parecido tamaño para quienes pagaron el sobreprecio de ir más cómodos y, sobre todo, de no mezclarse con el populacho.
Pero sí, ni nuestros consentidos jugadores ni tampoco los fidelísimos aficionados que los siguen cada fin de semana en estadios modestos como el Guaycura, el Gregorio Tepa Gómez o el Tlahuicole deberán de cargar sobre sus hombros el mote de “segunda”, faltaría más. Juegan en la Liga Expansión, qué caray, una división tan supremamente desbordante que no se expande hacia ningún lado, o sea, que ninguno de sus equipos puede extender sus alas para alcanzar a los del exclusivo club de la Primera.
Hay una tercera categoría y, ¿saben ustedes cómo se llama? Pues, Liga Premier, ni más ni menos. El término “premier” no figura en el Diccionario de la Real Academia Española pero tiene lo suyo, vaya que sí, como que suena a alcurnia y mucha jerarquía.
Y, bueno, hay –ahí sí— una tal Tercera División que en realidad viene siendo la cuarta y en la que juegan ni más ni menos que 225 clubes pero, más allá de estos números, lo que nos interesa, a la gran mayoría de los aficionados que seguimos los avatares de doña Liga MX, es el hecho inaudito de que ciertos equipos de arriba pueden jugar miserablemente, campaña tras campaña, y que no haya castigo alguno, por no hablar de los esfuerzos, sacrificios y desvelos de los que conquistan el título en la tal “Expansión” y que están condenados a seguir ahí, empantanados y sin ninguna posibilidad de expandirse.
Iba a tocar otro tema absolutamente escandaloso, amabilísimos lectores, el de que dos clubes puedan tener un mismo dueño, pero ya no me queda espacio y, sobre todo, lo suficientemente pacientes han sido ustedes para digerir, hasta aquí, estas parrafadas.
En fin, todo esto es un reflejo de la realidad nacional. Ignoramos, por lo pronto, los usos y costumbres establecidos universalmente en el deporte. Pero, además, la legalidad no nos preocupa demasiado en este país. A ver si el tirón de orejas de la señora FIFA al equipo León les sirve a los mandamases del balompié nacional para comenzar a limpiar la casa. A ver…