Breve retrato de la “progresista” Venezuela

Ciudad de México /

Venezuela, gobernada por un régimen autoritario apuntalado por los militares, no tiene nada de “progresista”. Es todo lo contrario, por más que la retórica del socialismo bolivariano pretenda disfrazar la realidad de un sistema opresivo recurriendo a la consabida sacralización del “pueblo” y que el tiranuelo en el poder se arrogue, coreado por sus secuaces, la facultad de hablar en su nombre.

El pueblo por aquí y el pueblo por allá. No hay mejor receta, para adquirir lustre a bajo costo, que erigirse en su exclusivo emisario, en oposición a quienes sobrellevan el infamante estigma de servir los intereses de los “ricos y poderosos”.

Y sí, muchos de los naturales de una nación, al sentirse por fin representados en la arena política, se adhieren vehementemente a la causa que enarbola el supremo líder redentor y se suman, en un primer momento, a las filas del gran movimiento popular.

La demagogia populista es muy eficaz: propone soluciones muy sencillas a los muy complejos problemas de las sociedades, rentabiliza el resentimiento de las masas al denunciar a los (presuntos) culpables de sus infortunios, explota el revanchismo, promete la instauración inmediata de un mundo más justo y, entre otros tantos ofrecimientos, anuncia que repartirá las riquezas de los codiciosos capitalistas entre la gente buena de a pie.

La economía de mercado, con perdón, no sólo genera pecaminosas ganancias a los voraces empresarios y a los saqueadores venidos de fuera, sino que sirve también para abastecer las arcas del Estado, con todo y que los denunciantes de siempre señalen que los negociantes no apoquinan los impuestos que tendrían que sufragar.

De tal manera, en la apacible y democrática transición de un régimen liberal al modelo estatista despótico que promueven los izquierdosos, los recién llegados pueden disponer a su antojo de los fondos acumulados en el tesoro público y repartirlos alegremente entre las clases más desfavorecidas. También, mientras sigan funcionando compañías y comercios, contarán con recursos para transferirlos al “pueblo” y agenciarse así, de paso, su entusiasta lealtad.

Lo curioso es que ellos mismos comienzan, a las primeras de cambio, a dispararse a los pies: la ideología colectivista que profesan se opone frontalmente a la propiedad privada y sataniza la ganancia. Por lo tanto, cancelan contratos, dificultan las inversiones, expropian y estatizan hasta quedarse sin el dinero que solían cosechar gracias a los impuestos cobrados a los pudientes.

Llega entonces el momento en que el pueblo se empobrece de verdad: antes, tres de cada diez habitantes eran pobres; ahora son nueve. Pero ¿cómo es que no ocurre un levantamiento? Muy simple: se ha instaurado una dictadura. ¿Elecciones? No se reconocen los resultados. Manda la casta gobernante y sanseacabó.

Nada de esto suena progresista, con el permiso de ustedes. 


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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