Comerciar es entenderse con el otro

Ciudad de México /

El populismo atiza los impulsos tribales de la gente: la desconfianza en el otro, el permanente recelo, el patrioterismo provinciano, la exagerada exaltación de la oriundez, en fin, es un credo que va a contracorriente de la modernidad en tanto que no busca que los pueblos se hermanen globalmente sino que promueve, por el contrario, que las naciones levanten muros entre ellas.

El retorno de los brujos populistas del proteccionismo, un fenómeno que está aconteciendo a nivel mundial, amenaza con desmoronar el templo del comercio internacional, trabajosamente edificado a lo largo de las últimas décadas.

Se invoca el bienestar de las clases trabajadoras y se alega la protección del empleo para justificar la imposición de tarifas a los productos de otras proveniencias. Y sí, ha ocurrido, en muchos sectores, una deslocalización de los trabajos hacia países en los cuales la mano de obra es más barata. México, justamente, es un gran ejemplo de ello y por eso se han instalado aquí miles de plantas maquiladoras.

Pero el comercio no es un esquema de “suma cero” —como se suele decir cuando una de las partes busca sacar el mayor provecho sin compartir beneficio alguno—, sino un ejemplar intercambio que, al final, lleva a edificar una muy saludable y beneficiosa complementariedad: te vendo los bienes que yo produzco ventajosamente y te compro los productos que a mí no me interesa fabricar o que tú elaboras a precios más competitivos.

México exporta ahora mezcal y tequila porque los pobladores de Corea del Sur, Francia, Canadá o Nueva Zelanda tienen, de pronto, gustos más sofisticados y han abierto el abanico de sus aficiones, de la misma manera como aquí hemos comenzado a degustar el sushi japonés y consumimos whisky escocés, o whiskey de Kentucky, desde hace ya mucho tiempo.

El imperialismo fue el comercio en su forma más brutal: la metrópoli se dedicaba meramente a saquear las riquezas de las colonias conquistadas —ése había sido el primerísimo propósito de la invasión— y en esa despótica apropiación de lo ajeno no había lugar a ninguna suerte de reciprocidad con el pueblo sojuzgado.

El contumaz repudio de los socialistas sectarios a las antiguas potencias imperiales se alimenta, justamente, de las historias de dominio y explotación que tuvieron lugar pero, miren ustedes, el capitalismo ha evolucionado —después de todo, hasta en los mismísimos Estados Unidos hay sindicatos (excepto en las armadoras automotrices del odioso Elon Musk) y se han implementado incontables regulaciones para mitigar los excesos de los voraces empresarios— y las cosas no son ya como en los tiempos de la Revolución Industrial, magistralmente plasmados por Charles Dickens en sus páginas.

Está ocurriendo, sin embargo, una muy inquietante regresión: el libre comercio, un deslumbrante logro del proceso civilizatorio, parece tener los días contados. Nos lo avisa Trump, y será a partir de este mismo lunes.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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