Llevamos la indeleble marca del pueblo conquistado o, por lo menos, esa perniciosa carencia nos ha sido adoctrinada en la escuela como una extensión del pensamiento oficial.
O sea, que vinieron extraños enemigos, en un primer momento, para perpetrar un descarnado saqueo de las riquezas que atesoraba el suelo patrio, además de sembrar sangre y dolor en estos suelos. Ocurrió luego otra invasión, ya instaurado un Estado nacional independiente, y nos arrebataron la mitad del territorio, ni más ni menos.
Llevando a cuestas estos relatos de despojo y, como bien ha dicho Aguilar Camín en uno de sus más recientes artículos, habiendo anidado “en la conciencia pública un sentimiento de inconformidad, si no es que de resentimiento, con los hechos reales de nuestra historia”, el régimen que surgió de la Revolución mexicana alentó un fiero nacionalismo y cultivó la encendida retórica de la “soberanía” para encubrir, de paso, su vocación autoritaria y solapar, faltaría más, la corrupción de los suyos.
Inculcada esta cultura del rencor y brotando entre los mexicanos el consecuente sentimiento de tener que saldar cuentas, el país ha rechazado consistentemente la modernidad, junto con el liberalismo económico, percibiéndolos como una intervención del exterior — algo ajeno a nuestras raíces— y sus gobiernos han tomado el camino del estatismo como la representación más directa de nuestra irrenunciable identidad.
De tal manera, el petróleo no es un simple producto que pueda ser explotado por cualquier inversor sino un supremo símbolo de la mexicanidad, un bien sacrosanto y un estandarte de lo nacional. El régimen de la 4T ha inscrito un lema en los camiones que transportan el combustible de Pemex: “Por el rescate de la soberanía”. Nos comunica, al pregonar este aviso, que ha emprendido, de plano, acciones de salvamento.
Pues bien, la primera pregunta que nos vendría a la cabeza es la razón por la cual se necesita parecida intervención. Para empezar, ¿alguien, en cierto momento, le llegó a ceder la antedicha soberanía a terceros individuos y, sobre todo, hasta el punto de que deba ser “rescatada” ahora?
Ocurre que sí, señoras y señores, que ese entreguismo tuvo lugar: los neoliberales que gobernaron en los pasados sexenios traspasaron los bienes de la nación a un puñado de capitalistas, autóctonos y extranjeros.
Pero, ¿cómo estuvo la cosa, qué caray? Con el permiso de ustedes, no tan espeluznante: se trató simplemente de que corporaciones provistas de los recursos necesarios se asociaran con la empresa paraestatal. De tal manera, se gastarían menos dineros del erario en subsidiar las astronómicas pérdidas de la compañía y se utilizarían, entra tantas otras urgentes necesidades, para construir hospitales, mejorar la educación pública, garantizar la seguridad de los ciudadanos y tapar los miles de baches de las carreteras.
De eso se trató el tema. Ustedes
dirán...