Don’t mess with China!

Ciudad de México /

Negociar no es amenazar. Negociar no es ofender. Negociar no es humillar. Pero, háganselo ver al primer bully del planeta, justamente quien se jacta a los cuatro vientos, una y otra vez, de sus dotes de supremo negociador y cuyos obsequiosos subordinados no dejan de hacer referencia, cuando alguien cuestiona los modos de su patrón, al manual que garrapateó The Donald, el tal Art of the Deal, o como se llame en castellano el libraco.

Jactancioso y vulgar el sujeto, la primera ocurrencia que tuvo después de decretar a la brava la aplicación de los perniciosos aranceles con los que pretende recomponer el comercio mundial, fue gruñir que todos los países del globo se agolpaban a sus puertas para “besarle el trasero” y pedirle clemencia, digamos, una rebajita por aquí, otros puntitos porcentuales menos por allá, en fin, naciones soberanas rebajadas al triste papel de limosneras.

No sabemos realmente quienes solicitaron apresuradamente audiencia ni cuántos fueron los que se personaron finalmente para exhibir el debido sometimiento pero el tema es que las tarifas siguen. No son ya los mentados “aranceles recíprocos” que figuraban al principio en el menú, calculados de la manera más arbitraria y tramposa, pero a todos y cada uno de los países con los cuales Estados Unidos tiene un mínimo intercambio —así sea que le vendan plátanos, arroz, café o artesanías— se les impone, desde ya, un sobreprecio de diez por cien que, miren ustedes, no son ellos los que lo tienen que apoquinar sino los consumidores estadunidenses, incluidos los seguidores del movimiento MAGA, los militantes del Partido Republicano, los granjeros del Midwest y los adeptos de la derecha religiosa, entre tantos otros de los simpatizantes trumpianos.

Ah, pero el gran tema no es el mundo como tal ni lo desentendidos que puedan estar los europeos de las pick-ups fabricadas en Michigan o lo poco apetecible que les parezca el whiskey de Tennessee a los turcos. No, señoras y señores, la madre de todas las batallas es contra China, el primerísimo enemigo a vencer en esta catastrófica guerra comercial.

Ocurre que la gran nación asiática le pisa ya los talones a la superpotencia de la Galaxia y que eso no les gusta nada a los encargados de la cosa pública en Washington, al punto de que el propio Joe Biden había ya dispuesto medidas proteccionistas para castigar el comercio chino. Los aranceles a las exportaciones provenientes de las ensambladoras y complejos industriales de China alcanzan entonces la descomunal cifra de 145 puntos porcentuales, con lo cual sus productos quedan totalmente fuera del mercado. Pero, qué caray, los dirigentes chinos no han siquiera pestañeado. Se mantienen impasibles en espera de que las devastadoras medidas de Trump le pasen factura a él mismo. Y, de paso, buscan alternativas y fortalecen sus sectores productivos.

El fabuloso negociador no supo medir los tamaños del rival que tenía enfrente.


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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