Es que la democracia ya no me beneficia…

Ciudad de México /

Las cosas parecían estar ya bastante claras: la “historia” había llegado a su fin con el derrumbe de la Unión Soviética y la consecuente consagración de la democracia liberal –y el modelo de libre mercado– como el supremo paradigma para llevar los asuntos públicos en el planeta entero. Imperaba, justamente, el llamado “pensamiento único”, una entelequia a la que se adherían todas las naciones de manera tan espontánea como natural.

Pues miren, el espejismo no traspasó la aduana del siglo XXI. Nos habían avisado ya que en estos tiempos habríamos de enfrentar nuevos retos –más allá de que las guerras entre los Estados nacionales no figuraban en el menú de las predicciones, algo que resultaba un gran alivio– y sabíamos del creciente desafío que plantea ahora el deterioro del medio ambiente hasta el punto de que la falta de agua podría causar, ahí sí, el estallido de conflictos bélicos y espeluznantes realidades en muchos territorios.

Lo que no estaba enteramente previsto es que el enojo y la insatisfacción de las poblaciones mundiales iban a llevar a que se cuestionara radicalmente el sistema dominante y que de ahí brotara una muy inquietante deriva antidemocrática en muchos países.

Mucha gente, descontenta con su situación personal, no advierte ni valora ya los beneficios de habitar los espacios de una sociedad abierta, es decir, de poder ejercer derechos como la libertad de expresión y la soberanía individual, a la par de la potestad de elegir a sus gobernantes. Responde, entonces, al canto de sirenas de los caudillos populistas sin importarle demasiado que las posturas de ese soberano vociferante representen una amenaza real al orden democrático y a las instituciones republicanas.

El asalto al Capitolio, organizado por los enardecidos seguidores de Donald Trump, hubiera sido un suceso absolutamente impensable hace apenas unos años. Pero, todavía mucho más inaudito es que algo tan escandaloso no llene de espanto a los millones de simpatizantes que, no habiendo llegado a parecidos extremos, siguen brindándole su apoyo al primer promotor del ataque. ¿Acaso se creen de verdad que las últimas elecciones fueron fraudulentas, tal y como propala el actual candidato a la presidencia de la nación más poderosa y, a partir de ahí, se contentan de que los más radicales respondan con la violencia y le manifiesten así su apoyo?

No hay ganancia alguna en desconocer el valor cardinal de las instituciones democráticas aunque, en un primer momento, no se pueda distinguir, ni apreciar, una relación directa entre la existencia misma de un sistema liberal y el bienestar personal.

Es cierto que el satanizado neoliberalismo no ha acabado con la desigualdad ni cumplido tampoco con la promesa de repartir virtuosamente las riquezas generadas primeramente en los estratos más altos de la sociedad. Pero la inmolación de todo un sistema en el justiciero altar del revanchismo, alimentada en los calderos de la inconformidad, no conduce al mejor de los mundos, ni mucho menos.

Uno de los más colosales desafíos que afrontan las sociedades actualmente es el de resolver la inextricable ecuación de proveer bienestar salvaguardando, paralelamente, los principios de la democracia liberal y acatando de manera irrestricta las leyes.

La solución no es tomar por asalto un Congreso, hostigar a empresarios e inversionistas, perseguir a los opositores, silenciar las voces críticas, violar los preceptos constitucionales, suprimir libertades, dividir a la sociedad, fabricar enemigos o edificar un universo de cortesanos enfrascados en la servil adoración del cacique.

Pero…  


  • Román Revueltas Retes
  • revueltas@mac.com
  • Violinista, director de orquesta y escribidor a sueldo. Liberal militante y fanático defensor de la soberanía del individuo. / Escribe martes, jueves y sábado su columna "Política irremediable" y los domingos su columna "Deporte al portador"
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