Dicen que esta vez será diferente, que la sucesora del actual primer mandatario no va a seguir el patrón de aquellos priistas de siempre que, una vez apoltronados en el trono presidencial y paladeando ya las mieles del poder, se olvidaban de las pleitesías y acatamientos presuntamente debidos a su antecesor.
Pues sí, no son iguales las cosas. Para empezar, Morena no lleva el sobrenombre de “institucional” –por más extravagante que nos haya parecido que fuera asociado al término “revolucionario”– porque, justamente, su vocación primigenia no es consolidar un orden corporativo sino apuntalar el poder personal de su fundador y, para lograr conjuntamente ese propósito, emprender el paralelo desmantelamiento de los organismos y las disposiciones preceptivas que pudieren interponerse en tal empeño.
Es oportuno señalar, a contracorriente de quienes aseveran que la deriva autoritaria del actual régimen viene siendo una suerte de restauración del antiguo orden priista, que no se trata en manera alguna de lo mismo: el PRI instauró en su momento un avasallador presidencialismo pero las potestades del jefe del Estado no sobrepasaban el período de su gestión particular, es decir, el personaje gobernaba unos años y, terminado el plazo determinado por la Constitución, dejaba el cargo y se iba a su casa.
El partido, a su vez, no respondía a los designios del anterior gobernante ni le reconocía el menor poderío sino que se ponía de inmediato a las órdenes del recién llegado. Y, pues sí, era ni más ni menos que el Señor Presidente, una figura cuyas atribuciones eran absolutamente incontestables.
Pero hay otra cuestión: el PRI, desde sus orígenes, fue un edificador de instituciones y terminó por transmitirle el poder a la oposición de manera perfectamente pacífica. Al retornar a la Presidencia en 2012, no pretendió demoler entes públicos como el INE ni aniquilar organismos autónomos.
Hoy, la propuesta del régimen de la 4T, en sus postrimerías, es acabar con un sistema, no mejorarlo ni perfeccionarlo. Pero hay otro elemento: se pone en duda, como nunca antes, el mando de la futura presidenta al constatar que Morena no será una fuerza que vaya a endosar disciplinadamente sus objetivos sino un grupo, heterogéneo y nada institucional, que podría inclusive revocarle el mandato, dentro de tres años, por órdenes superiores.
No, esto no es el retorno del PRI. Para nada…