Ser opositor es algo perfectamente natural. Las sociedades humanas son diversas por naturaleza y el proceso civilizatorio ha consagrado no sólo el derecho a disentir sino a expresar abiertamente los desacuerdos. El pensamiento crítico, además, es un elemento consustancial al ejercicio de la libertad, en oposición al imperio de los dogmas y doctrinas que han servido para avasallar a los pueblos.
El tema, aquí y ahora en México, es que quienes no comulgan con la causa de la 4T han sido objeto de acusaciones y denuestos proferidos en la más alta tribuna de la nación. No son éstos, con perdón, los usos acostumbrados en la democracia liberal sino que se trata de una estrategia incendiaria que coloca, a los contrarios, en una situación de vulnerabilidad: dejan de ser simples ciudadanos con ideas diferentes para volverse enemigos plenos y, llegado el caso, declarados “traidores a la patria”.
En parecida circunstancia, el cuestionamiento personal del credo oficialista no es ya una simple práctica sino un azaroso ejercicio porque quien disiente se encuentra frente a todo un aparato, la maquinaria entera del poder, que no reconoce ni legitima su condición de habitante de un espacio común, morador de la generosa casa de todos.
Un sistema, por si fuera poco, con facultades para perseguir, sentenciar y encarcelar. Una estructura dotada de todas las herramientas para acorralar al empresario respondón, acosar al periodista que investiga, desacreditar al abogado honorable, difamar al juez que se atraviese en el camino y, al final, utilizar el brazo de una justicia a modo –por ahí va el proyecto de doña 4T, señoras y señores— para proceder legalmente en contra de todo aquel que pueda ofuscar a los supremos gobernantes.
¿La oposición es tibia, conformista, indolente e incapaz? Tal vez, pero el asunto es que este país no vive ahora una situación de apacible normalidad democrática donde las voces de la crítica puedan resonar despreocupadamente. Al contrario, el régimen ha instaurado un muy inquietante orden de enfrentamientos y violencia verbal, un modelo de jactancias regentado por tribunos tan pendencieros como zafios que nos avisan, desde ya, que dentro de 50 años van a seguir ahí, al mando, por sus pistolas.
Y sí, la oposición desaparece cuando el plan maestro es, justamente, desaparecerla.