En el caso de Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, abusador de seminaristas y de directivos iniciadores del sistema de escuelas de esa congregación, la pederastia no fue una excepción o un accidente de la carencia de virtud, congruencia o exigencia ética de cualquier iglesia.
Maciel es epítome de la pederastia clerical. Protagonista de un crimen multiplicado por más de 150 víctimas, este clérigo colocado por su amistad con las élites conservadoras y por su cuidadosamente construida relación estratégica con el Vaticano, fue líder de un sistema, reglas no escritas, formas de operación reproducidas durante décadas.
Obediencia incondicional, control absoluto, negación de la intimidad, silenciamiento de la voz y el cuerpo; propaganda y ciega supeditación de las esposas de muchos poderosos de tres generaciones le permitieron una múltiple trascendencia: negocios escolares, inmobiliarios, financieros, mediáticos, así como una profundamente infame enseñanza depredadora. Víctimas suyas que hicieron víctimas a otras y otros.
Replicadores del daño fueron algunos incapaces de escapar de su deseo sexual y su poder estructural dentro de la congregación. En 1997, cuando publiqué entre el 14 y el 17 de abril en La Jornada la primera denuncia iberoamericana de su abuso de poder fui invitado por Rodolfo Medina a coordinar un examen para aspirantes a reporteros del programa que produciría Manuel Alonso para Televisa. Un alumno de la Anáhuac se me acercó para decirme que uno de sus profesores, de aquella universidad, se comportaba de la manera como Maciel era descrito por las víctimas, entre otros, por supuesto, el valiente José Barba.
La herida es profunda y transgeneracional. Persiste en algunos de quienes, abusados en la inicial adolescencia, repiten en otros el horror vivido. La psicología del trauma ha documentado este fenómeno: los niños abusados sexualmente corren un riesgo significativamente mayor de convertirse en abusadores adultos.
Este fenómeno responde a lo que llaman acting-out o actuación del trauma, una forma de “revivir” el horror, pero desde el lugar del poder. Se abusa después de haber sido abusado. El sistema nervioso y afectivo queda condicionado a asociar dolor y vínculo.
El caso del padre Antonio Cabrera, detenido ayer por la Fiscalía General de la República y entregado a la del Estado de México cuando regresaba de un viaje del extranjero, recoloca el tema sobre la mesa. El director del Centro Anáhuac de Desarrollo Estratégico en Bioética de la Universidad Anáhuac —institución que refrendó disposición a colaborar con las autoridades— fue acusado de abusar sexualmente de un joven hace 20 años. El sacerdote fue parte de la élite intelectual de los Legionarios.
¿Quién formó, expuso, abandonó al agresor? El discurso de tolerancia cero resulta insuficiente.
Las semillas envenenadas de Maciel revelan su espeluznante trascendencia.