Durante los últimos meses hemos analizado, compartido y medido el impacto que tienen las más grandes celebridades del mundo y de Estados Unidos al escucharlos pronunciarse contra Donald Trump: Taylor Swift y Harrison Ford. Arnold Schwarzenegger y Beyonce. Y hoy, ante el evidente triunfo del ex y próximo presidente de ese país tenemos que darnos cuenta de que Hollywood y el mundo de la música claramente no tienen la influencia que esperaban tener. Tampoco la comedia.
Si bien es cierto que Trump es entretenido para muchos, los motivos por los que hubo tantos más votos que los que las encuestas predecían a su favor tiene que ver con temas como percepción de la economía y el rechazo de muchos cuando alguien famoso y con éxito les dice que hacer al respecto. O el terror ante lo que ahora negativamente se llama woke, cuyos excesos reales y mentiras atribuidas fueron más poderosos que el deseo de evitar que el gobierno le diga a las mujeres qué hacer con su propio cuerpo.
Hay enormes ironías que hay que reconocer desde los formatos del entretenimiento para saber cómo están llegando los mensajes, porque a fin de cuentas la plataforma de Trump tiene que ver con el tamaño de celebridad que él mismo es. Pero es más poderoso el lenguaje divisivo que un apapacho de una cantante. Y es nulo el efecto de convencimiento de un comediante, para bien o para mal, cuando se trata de cambiar una opinión política que ya se tenía.
Así que aquí estamos, segunda vuelta. ¿Seguirán haciendo chistes de Trump en los programas nocturnos? ¿La fatiga electoral hará que cambien un poco de tema? Ya veremos, pero hay un antes y un después en la industria de la “influencia”, después de lo ocurrido el pasado 5 de noviembre. Personalmente, espero dejar este tema atrás por un rato si es posible.