Este año hemos tenido películas buenas, interesantes, retadoras. Y muy poca gente ha mostrado el menor interés por verlas en el cine. En algunos casos todavía estamos a tiempo en México, como con Christy, protagonizada por Sydney Sweeney. Sí, sé que muchos siguen enojados con ella por sus jeans, pero pocos le dan la oportunidad de demostrar que es más que la chica rubia de Euphoria. Sexy y polémica. “¿Cómo se atreve a hacer un Charlize Theron en Monster?”. A interpretar un papel donde no luce su belleza sino su capacidad actoral. La acusan de querer ser tomada en serio.
Otra muestra es The Smashing Machine (La máquina), con Dwayne Johnson: más allá del título, es demoledora en su vulnerabilidad emocional. No es Rápidos y furiosos. Y sí, va por los premios. En entrevista, Dwayne me dijo que nunca había disfrutado tanto hablar de una de sus películas. La taquilla no fue su amiga, pero eso hoy no significa nada. A mí me dejó girando por días, aunque no “me divirtiera” tanto como en sus otras cintas. No todo es la carcajada ni emoción instantánea.
Cerremos con Una batalla tras otra, de Paul Thomas Anderson, con Leonardo DiCaprio: una de mis favoritas en años. Mucho presupuesto, mucha promoción, pero poca taquilla. Una verdadera pena, porque no hay premio más grande para un cineasta que saber que su obra llegó a la gente.
Así que esta temporada de premios veremos grandes películas que pocos vieron en el cine. Cuando la calidad deja de ser rentable, lo que se pierde no es la estatuilla, es el futuro del buen cine.