La industria de la moda, particularmente la que llaman luxury fashion, la más cara de todas, está en serios problemas ahora. Y aún no pegan los aranceles que Trump le impuso a China y viceversa.
Pero los chinos están enojados y créanme, no son enemigos que uno quiera tener nunca. Para empezar, son una cuarta parte del mundo, y para seguir, ellos se saben todos los secretos que negocios de alto lujo no querían que supiéramos. Y llevan una semana encargándose de que nos enteremos. Seguramente pensaron: “¿Nos quieren afectar comercialmente? Vamos a contar lo que realmente cuesta hacer en nuestras fábricas bolsas de cinco mil dólares (por decir algo) de marcas como Prada o Gucci. Y no les va a gustar saber que no pasa de 300 dólares, contando material, mano de obra y gastos de fábrica”.
¿Lo más interesante? Están contratando a muchos de los mismos influencers para que esta información llegue a los consumidores directamente en sus redes sociales. Como me contó una amiga editora de moda en una revista de Estados Unidos: “Esto ya se está yendo a la mie …”.
Es claro que lo que venden esos productos es estatus. ¿Pero se podrá mantener esa ilusión si la gente sabe cómo se cocina todo?, ¿Qué pasa ahora que influencers y periodistas publican datos directos de qué fábricas en China hacen qué productos, con todo e información de contacto para los consumidores? La forma en la que están ridiculizando “el sueño consumista americano” es muy ruda, así como las ganas de joder al país que permite que Donald Trump haya hecho lo que está haciendo con la economía mundial. Tal vez quien compra lujo ya sabía estos secretos, pero ahora que todos tienen la misma información ¿Seguirá siendo considerado un lujo o será un fraude pagar 20 veces más el valor de un producto? No hagan enojar a los chinos. En serio.