Me niego a empezar este texto sin primero ofrecer una ovación de pie a todos los atletas que están en París representando a México como los grandes. Mucho más grandes que otros, pues aunque resulte triste decirlo, en México muchos de nuestros mejores atletas lo son a pesar y no gracias al sistema y a la gente que está a cargo de que ellos dediquen su vida a entrenar como se debe. Son grandes, con medallas o sin ellas; llegar ahí es un logro espectacular, me desmorono de orgullo y admiración por cada uno de ustedes.
No hay que ser deportista elite para emocionarse con las proezas humanas que vemos cada cuatro años. Más allá de los logros atléticos, están las miles de historias de vida detrás de cada uno.
Hoy quiero recomendarles, por sí no lo han visto, el documental en dos capítulos de la mejor gimnasta de la historia: Simone Biles. Está en Netflix y se llama Simone Biles: Rising. En las últimas justas olímpicas y pandémicas esta mujer, de 27 años, supo reconocer en sí misma algo que ojalá todos pudiéramos aprender un poco, sea como sea que aplique en nuestras vidas. Simone se retiró de la contienda porque supo que su cuerpo y su mente no estaban comunicándose como debían y eso la ponía en peligro mortal. En gimnasia lo llaman “Twisties”. En nuestra vida, con menor rango de complejidad, tenemos versión propia de ello.
La historia seguro la conocen posiblemente en fragmentos. Aquí estaba casi todo, excepto una: la conclusión. Ese regreso olímpico casi imposible que gozamos ayer al verla con su equipo ganar la contienda: su cara de alegría, de paz, de mision cumplida. Pocas cosas más hermosas.
Así debemos contar las historias de los nuestros: la sonrisa de Alexa Moreno vale más que cualquier opinión sobre la gran gimnasta, cuya historia, fuera o dentro de justas olímpicas, aún tiene mucho que enseñar y emocionar.