Uno podría ser fan del cineasta David Lynch, quien falleció ayer a los 78 años, o no. Pero nadie quien viera su cine, television o incluso entrevistas, podía mantenerse indiferente a la manera que interpetaba el drama, la vida, las tragedias y los misterios más profundos tanto de una comunidad como del ser humano.
No es solo un detalle destacar que el creador de Twin Peaks y Mulholland Drive inició su vida artistica como pintor, animador y gran genio para capturar la oscuridad en distintos colores. No en balde también ha sido una y otra vez considerado como uno de los grandes creadores que siguieron y avanzaron los pasos del cine de Luis Buñuel, con imágenes tan trágicas y extrañamente repulsivas y a la vez empáticas como la de El hombre elefante (para la cual fue curiosamente contratado por Mel Brooks) o su intento que muchos llamaron “su peor fracaso” al hacer su version de Dune (filmada en México) basada en las novelas de Frank Herbert, que al fin Dennis Villeneuve conquistó y que ni Jodorowsky ni Ridley Scott lograron hacer realidad.
La historia de David Lynch se podrá contar mejor que la de nadie al recorrer su arte, al ver cómo reinventó la forma de crear audiencia y misterio en la televisión con Twin Peaks. Sobre todo, cambió la urgencia de las audiencias en saber qué pasaría después, aún más en su primera temporada.
Lo cierto del arte de Lynch, y él lo dijo hasta el cansancio, no era necesariamente “entenderlo”. Lo trataba como una especie de acertijo que si bien en su mente tenía todo el sentido narrativo que él necesitaba, quienes lo veíamos, teníamos —y aún tendremos— que pasar por nuestro propio descubrimiento al respecto. Por eso, la ausencia física de este artista en el mundo definitivamente no significa que existimos ya en una realidad sin trazos permanentes y por ser encontrados por el lente de Lynch.