La percepción de la sociedad mexicana hacia los partidos políticos es aplastantemente negativa. Las personas, en general, consideran que hay mucha corrupción en las diferentes organizaciones políticas, llámese Morena, PAN, PRI, Movimiento Ciudadano, y de los partidos políticos satélites del poder en turno ni se diga.
Ante estos antecedentes, llama la atención que el pasado 2 de enero se publicó en el Diario Oficial de la Federación el acuerdo del Consejo General del Instituto Nacional Electoral, “por el que se expide el Instructivo que deberán observar las organizaciones de la ciudadanía interesadas en constituir un Partido Político Nacional en el período 2025-2026, así como diversas disposiciones relativas a la revisión de los requisitos que se deben cumplir para dicho fin”.
Ante la gran cantidad de partidos, la poca credibilidad y una pésima imagen de sus miembros y simpatizantes, resulta sorprendente que el INE promueva la creación de nuevas instituciones políticas. ¿Realmente necesitamos más partidos?
Homicidios, malos manejos de fondos públicos, ataques personales, chapulineo de un bando a otro sin importar la ideología, son algunos botones de muestra de cómo los dirigentes partidistas operan según sus intereses personales y económicos. Esto no es nuevo ni exclusivo de un partido; es un problema sistémico que afecta a toda la clase política.
Los interesados en la formación de un nuevo partido tienen, a partir del 8 de enero y hasta el 31 del mismo mes, para informarle al INE sus intenciones. Entre los requisitos están contar con una declaración de principios, un programa de acción y estatutos. Sin embargo, esto no garantiza que dichas organizaciones sean diferentes o mejores que las actuales.
Mucho se habla de los gastos millonarios en elecciones y de los recursos que reciben estas organizaciones. Vale la pena recordar que ese dinero proviene de fondos públicos, y en algunos casos se sospecha de financiamientos poco claros. ¿Cuánto más está dispuesta a tolerar la ciudadanía?
En lugar de fortalecer la confianza en los partidos existentes o exigir una mejor rendición de cuentas, parece que se opta por ampliar un abanico de opciones que, en su mayoría, podrán ser afines al poder en turno. Crear más partidos no resuelve la crisis de representatividad; al contrario, podría diluirla aún más.
En vez de seguir fomentando esta multiplicación de siglas que poco aportan, debería centrarse en exigir reformas profundas y mecanismos de transparencia que realmente beneficien a la ciudadanía. Porque, al final, más partidos no equivalen a más democracia.