Quiero remontarme a 2018. Al día en que Gabriela Warketin y Carlos Puig estaban en Mérida moderando el tercer debate presidencial del 2018. Puig hizo una pregunta que en su momento me pareció la más relevante de toda la campaña. “Qué evidencia tienen”, dijo, “de que sus propuestas van a reducir la pobreza por ingresos que es la que todos han querido reducir y nadie ha podido”.
Puig tenía razón. En 2018 la situación era grave. Con los números de la época, 1,700 personas habían caído en pobreza por ingreso cada día, diario, por una década. El país era una fábrica de pobres.
Hoy a seis años, lo que se consideraba imposible, se logró. De 2018 a 2022, la pobreza por ingresos se redujo en 6.4 puntos porcentuales, lo que significa que 3 mil 800 personas salieron de la pobreza por ingreso cada día, diario, de 2018 a 2022.
Estas reducciones históricas se explican por las políticas laborales implementadas por Morena. Único partido, en lo que tengo de vida, que se atrevió a hacer lo que tocaba: llevar el salario mínimo rápidamente a un nivel de subsistencia, combatir sindicatos blancos y regular el outsourcing.
Por lo anterior, yo pensé que, en 2024, el PRI-PAN recapacitaría. Propondría políticas laborales de avanzada. Reconocería que sus ideólogos estaban equivocados.
No fue así. Gurría, quien negoció el Fobaproa, encabezó sus esfuerzos económicos. De la Madrid, quien propuso que en la pandemia cada rico adoptara a un pobre, fue su vocero. Guajardo, quien no se atreve a hablar de aumentos salariales sin antes acusar a los trabajadores de ser poco productivos, también lo fue.
Xóchitl, por su parte dijo que, para atender las demandas de los trabajadores, primero se tenía que apoyar al empresariado. Consideró que quien no tiene una casa propia es “un güey”. Que el peso debe perder valor ante el dólar para que a los empresarios les vaya bien. Y el colmo, hizo una campaña basada en decir que estábamos mejor antes.
Morena ha hecho muchas cosas que desapruebo profundamente. No estoy de acuerdo con la prisión preventiva, me da miedo que le den tanto poder a los militares, me parece un error grave que hayan deshecho el Seguro Popular sin antes tener mejor armado un substituto y que los programas sociales no hayan logrado llegar a más personas en pobreza extrema. No me gustan algunos políticos que han apoyado y tampoco me gusta que un monero me insulte porque según él, soy fifí. Pero esta elección no es sobre mí, ni sobre insultos mezquinos.
Esta elección es sobre el futuro del país y por eso, mi voto irá para Claudia Sheinbaum, única candidata que ha asegurado continuar con políticas laborales incluyentes. Basta escucharla hablar frente al empresariado para quedar convencido de que el cambio seguirá y continuará. Mediante regulación, impulsos estratégicos y política pública la meta será que el desarrollo del país sea para todos y todas.
No soy ingenua. Yo sé que los políticos mienten y Claudia puede estar diciendo solo lo que queremos escuchar. El problema es que Xóchitl ni eso hace. Su agenda se limita a decir que los empresarios saben generar empleos sin reconocer que, hasta ahora, cuando se ha dejado en las manos de los empresarios generar empleos, éstos han creado empleos de hambre.
Mi voto también irá por Clara Brugada porque su trabajo en Iztapalapa me parece excepcional. En un país acostumbrado a que los alcaldes sean payasos o rateros, ella logró lo impensable: iluminar cientos de calles para darle más seguridad a las mujeres, crear espacios de esparcimiento de calidad inimaginable, y reducir la inseguridad en espacios como El Hoyo donde antes el Estado no podía ni entrar.
Claudia y Clara me inspiran por el país que desean, que es el país que yo deseo también. Como adolescente, yo viví en un hogar que ganaba el salario mínimo de hambre que Fox aprobó diciendo “que no lo ganaba nadie”. Como niña yo crecí en un vecindario sin esparcimiento público. A mí nadie me cuenta lo que las políticas laborales y culturales que Claudia y Clara quieren implementar significan. Yo lo sé porque sé que esas políticas habrían cambiado mi vida y la de los míos.
En el Congreso no creo en votar por contrapesos que impidan el avance de políticas laborales y sociales justas. Por eso, Morena y Movimiento Ciudadano son mis únicas dos posibles opciones. Evaluaré el perfil de los candidatos de mi distrito y votaré a conciencia por alguna de esas dos opciones. No creo en anular mi voto porque no creo en saltar del barco. Creo en la lucha, la demanda y la acción.
Mi voto no significa una validación o compromiso a ultranza con las candidatas por las que votaré. Mi valor está en la crítica y seré feroz en el momento en el que, gane quien gane, cualquier partido, cualquier candidata, se desvíe de la búsqueda de la justicia social. Este país merece políticas de altura, no políticas con porra.