A la gente ya no se le invita a votar por la mejor opción, sino por la que menos miedo le provoca...
No creo ser el único en advertir que en los tiempos recientes escasea el buen ánimo y menudea la desesperanza. Despierta uno con miedo de abrir el periódico, ya no digamos ver un noticiero, pues uno u otro le recordarán que lo que toca no es enfrentar el día sino remontarlo, igual que un marcador adverso y ominoso que apenas deja espacio para el candor. ¿Pero qué otra opción queda, además del cinismo y la apatía?
Parece sintomático que hoy día prolifere el culto cinematográfico a superhéroes y supervillanos. A medida que las libertades individuales son recortadas aquí y allá, avanza por su parte la infantilización de las audiencias. El ciudadano se va haciendo pequeño, junto a la fe en sí mismo que tanto estorba a los autoritarios. Como en los peores tiempos de la humanidad, a la gente ya no se le invita a votar por la mejor opción, sino por la que menos miedo le provoca. ¿Y qué esperar del mundo cuando la más reciente de esas alternativas se llama Donald Trump y dispone de toda clase de superpoderes, entre ellos la absoluta complicidad con el hombre más rico del mundo?
Este asunto me trae a la memoria Los Supersabios, la historieta del mexicano Germán Butze cuyos grandes villanos solían ser Solomillo —un científico loco resuelto a apoderarse del planeta— y el Médico —un pájaro de cuentas dispuesto a cualquier cosa por enriquecerse—. Del otro lado estaban Paco y Pepe, dos jóvenes científicos cuya sola inventiva podía siempre más que los malos instintos de aquel par de granujas. No sé si sea un acceso de infantilismo, pero cada que pienso en Musk y Trump se me aparecen Solomillo y el Médico. En ese orden, por cierto.
Juntos son los más ricos y los más poderosos. Por si esto fuera poco, cuentan con numerosos villanuelos afines y batallones de incondicionales dispuestos a cualquier iniquidad por allegarse un trozo de su favor. Por solamente 277 millones de dólares, algo así como el .05% —medio milésimo— de un capital que la revista Forbes calcula en 464 mil millones de dólares, el dueño de SpaceX, Tesla y la red social X empujó a Trump hacia una presidencia que por lo visto ahora se dispone a ejercer, no exactamente desde las sombras. President Musk, le llaman, no sin sorna, en su propia red, mientras a Trump lo tildan de vicepresidente.
Para un idólatra de la riqueza obscena e insultante, como es el caso del presidente electo, contar como secuaz al multimillonario más conspicuo de la Historia es dar sustento tardío, aunque eficaz, a su sobada pose de magnate. Si hasta ayer sus haberes parecían dudosos, inflados a capricho y fruto de maniobras generalmente ajenas a la legalidad, ahora no cabrá duda de su solvencia, que muy probablemente crecerá conforme su poder incontestable atraiga toda suerte de negocios conexos.
Resulta paradójico, si bien revelador, que estas líneas se escriban desde un país vecino donde el hampa decide infinidad de asuntos que corresponden a las autoridades y la ley pesa menos que sus pistolas. No faltan, por supuesto, las voces que celebran la llegada al poder del dúo Trump-Musk, en la extraña esperanza de que sean ellos quienes pongan el orden en nuestro caos. Tan sencillo como entregarse a imaginar a Solomillo y el Médico rescatando —curiosamente de sus propias manos— el imperio de la legalidad.
No está de más citar a Albert Camus, por aquello de que solamente los medios pueden justificar el fin. Hay una larga lista de causas justas y urgentes alrededor del mundo, algunas de las cuales cuentan con la patente simpatía del hombre que habrá vuelto a la Casa Blanca con la etiqueta fresca de golpista, delincuente y abusador. Flaco será el favor que pueda hacerles.
Cada mañana vuelvo a preguntarme qué clase de torcida expectativa puede uno albergar al despertarse para recuperar el candor devastado. Afortunadamente vuelve a salir el sol, y mientras eso ocurra nada estará perdido para siempre.