La escena es hilarante, por absurda: amanece y el vampiro ya está por echarse un clavado en su ataúd, cuando el que lo persigue lanza una biblia dentro… y lo condena así a morir tatemado por la luz del día. No recuerdo ya el título de la película, sólo que era una buena comedia de vampiros y sacaba harto jugo de los mitos del género. ¿O es que alguien pone en duda que biblia y chupasangre no pueden caber dentro del mismo sarcófago?
“Lo bueno de las biblias es que se venden solas”, me contó cierta vez un amigo emprendedor cuyo negocio era importar y distribuir ejemplares suntuosos de las Escrituras. Según sus proveedores, todo era obra de Dios, que de ese modo les recompensaba por sembrar Sus divinas enseñanzas. Es decir que no sólo se iban a enriquecer, sino que ese dinero estaría bendito y ellos tendrían prestigio entre la gente buena.
Tengo para mí que las buenas personas no necesitan de una linda edición del volumen de marras para mirarse a salvo del infierno. Es la mala conciencia, por lo común, lo que lleva a la gente a buscarse la fama de piadosa. Abundan, por supuesto, quienes no necesitan de otro indicador para tenerte por persona de confianza, y ello es un cheque en blanco para los sinvergüenzas.
No sé qué tal le vaya a Donald Trump en su aventura como editor de biblias, pero he de conceder que la idea es diabólica. Let’s Make America Pray Again (“Hagamos a América rezar otra vez”), dice la cachucha que, por unos cuantos denarios más, acompaña al volumen de 60 dólares: la ya famosa Biblia Dios bendiga a los EUA. Juro que así se llama. De acuerdo a lo que dicen los evangelios, nos tocaría pensar que el hoy ex presidente se cayó del caballo y ya es un hombre nuevo, pero él insiste en hacernos reír jurando que la biblia es, desde siempre, su libro favorito.
Para tomar en serio a un mentiroso, hace falta creerle como a un libro sagrado. Tal es precisamente la clase de fe ciega que exigen los tiranos de estos tiempos. Si en muchos tribunales la gente jura decir la verdad a fuerza de posar una mano en la biblia, y las leyes dan crédito a ese gesto, no es de extrañar que incluso un criminal convicto, además de golpista, deshonesto, fascista, majadero, farsante, mitómano, tramposo y depravado, logre venderse como un hombre pío, destinado a vencer a las fuerzas del mal, con sólo dedicarse a vender biblias.
Dan ganas de reírse, aunque habrá quien opine que es blasfemia. Gente con poco o nulo sentido del humor, habituada a dar crédito a lo inverosímil antes que a la pagana realidad, pues a sus ojos pasa que lo inexplicable siempre se explica solo, y quien no está de acuerdo pinta para enemigo. A partir, pues, de la biblia de Trump –que convenientemente incluye el texto de la Constitución norteamericana y otros famosos documentos históricos–, quien ose hablar mal de él se buscará problemas con Dios Padre, amén de con su séquito terrenal. Todo lo cual cabría a la perfección en alguna comedia de vampiros, y sin embargo ocurre en el siglo XXI. ¿Quién que iba a imaginarse que el destino burlón le haría tan difícil salir del medioevo?
Ignoro qué licencia literaria le permita a un creyente juntar a Jesucristo y Donald Trump, pero hasta el fanatismo debería tener algunos límites. Es más sencillo creer en la divinidad de Elvis que en la beatitud de Trump, y hay legiones de beatos que rezan ya en su nombre. ¿Hace falta un cerebro privilegiado para encontrar lo burdo de la farsa? No, pero el privilegio del fanático radica en abstenerse de pensar por su cuenta. Echar la biblia dentro del ataúd para evitar que se meta el vampiro. Y el diablo, mientras tanto, risa y risa.